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viernes, 15 de marzo de 2013

LO AVIDO Y LO GRAVIDO

DE LO ÁVIDO Y LO GRÁVIDO.

Variaciones sobre un tema de Fromm
Hacia una teoría de las necesidades humanas

Por Antonio Belaunde Moreyra

                                                           A su Excelencia Monseñor Eduardo Picher,
                                                           Ex – Vicario General Castrense

Erich Fromm ha dado una aportación significativa a las categorías de la psicología social. En “Ética y Psicoanálisis” distingue cinco formas de adaptación del sujeto a su medio humano: la adquisitiva o acumulativa propia del avaro o que encuentra su exageración en él; la transaccional característica del mercader que lo vende todo, hasta a sí mismo; la dominante, de los caracteres que habría que llamar, redundantemente, dominantes o posesivos, cuya patología extrema, según Fromm, es el sadismo; la sumisa propia de los caracteres opuestos, que se acomodan en una pertenencia o dependencia respecto de alguien o del grupo y cuya anomalía extrema, correlativamente sería el masoquismo; y por último la actitud productiva de los caracteres auténticamente libres, que han logrado el dominio de sí mismos o autoposesión. En  cierto modo estas ideas de Fromm son un desarrollo sistemático de la problemática  planteada por Adler, no en vano en ambos predomina el punto de vista psico-social, que los freudianos consideran superficial para los fines de una auténtica psicología profunda. Abundando en ellas podría decirse que el ser humano tiene cuatro necesidades psico-sociales básicas: seguridad, comunicación, posesión y pertenencia.

El nivel psico-social

Entiendo por seguridad una cierta previsibilidad del futuro, lo que incluye la cura de la salud y la formación de hábitos ordenados, inclusive los del ahorro; por comunicación, entiendo la necesidad de extravertirse, que es obvia en el hábito de conversar, inclusive ciertas variedades comunicativas de juego, no tanto los deportivos sino los llamados “de sociedad” y cuya carencia son las formas más o menos acentuadas de soledad y el temible tedio que Baudelaire apostrofó (si bien hay juegos solitarios, pero estos nos parecen tener un valor sustitutorio por fracaso de la comunicatividad); por posesión entiendo la necesidad humana de disponer no sólo de bienes, sino también de los demás, o sea de otras personas, sea indirectamente a través de la misma riqueza, o más directamente, por el prestigio, la fama o por último el poder, la dominación propiamente tal (por lo demás es sabido cómo desde el célebre ensayo de Mauss y luego en la obra de Levi-Strauss se ha revelado sutil y complejo el nexo entre las necesidades de seguridad, comunicación y posesión, ya que el don parece ser el precedente arcaico de todo intercambio, inclusive el comercial); por último la pertenencia es el deseo, quizá instinto, correlativo en todo ser humano normal de  pertenecer a su cónyuge, su familia, su grupo o banda, etc. y cuyo estado carencial es el desarraigo, la soledad profunda, o sea, asigno a esta necesidad todo lo correspondiente en la psicología humana al espíritu de comunidad (Gemeinschaft)  como lo describió Tónnies por oposición a lo meramente “societario”, es decir el mercado. Las cuatro adaptaciones psico-sociales que Fromm llama “no productivas” o parasitarias, serían malas satisfacciones, por una deformación llegada a ser habitual, de esas sendas necesidades. Habría mucho que agregar sobre todo acerca de cómo la actividad comunicativa de superficie, societaria, el mercado por ejemplo, supone un trasfondo comunitario que la fundamenta, pero dejemos esto para otra oportunidad. De ahí el poder simbólico de la moneda, savia o linfa del mercado, en tanto que conmesurativa de la tónica de la comunidad nacional.


Las necesidades espirituales

2. Queda la libertad o posesión de sí mismo, pero ésta ya no se sitúa en el nivel psico-social, en el sentido en que las otras cuatro necesidades mencionadas son compartidas en alguna medida por los vertebrados superiores. La necesidad de libertad y autodominio es propiamente espiritual, específicamente humana en la escala biológica, como lo son, en este orden, la búsqueda de saber y de experiencia estética, que englobaremos bajo el concepto de necesidades de educación, y las necesidades de justicia y de trascendencia. Expliquémonos un poco.

A la necesidad de autodominio se la puede calificar de exigencia de libertad, o sea se la puede llamar  necesidad liberal o libertaria, pero no tanto en un sentido externo, como libre juego de opciones o capacidad de elegir, sino entendida en un sentido interno como la energía de la elección misma y de su consecución en la conducta subsiguiente, lo cual es el verdadero alcance del imperativo categórico de ser libres, que postuló Kant, al menos como creo haber logrado entenderlo. Un tiempo yo pensé denominarla con el apelativo teológico “aseidad”, pero ésta es la auto-posesión divina que está fuera de las posibilidades del hombre. Lo más que podemos es imitarla, en la medida en que ese despliegue de energía no engendre su propia inercia en la forma satánica de orgullo que es la soberbia, la servidumbre de los grandes. No hay otra manera de evitarlo que abrirse a la gracia del amor absoluto e infinito. Pero esta es ya una necesidad de otro orden.

A la avidez del autodominio le sigue en el orden espiritual la necesidad de conocimiento, tanto a nivel tecnológico, utilitario, como a nivel humanista, cultural, más amplio y profundo, lo que incluye las exigencias de experiencia estética, la vivencia de la belleza y el goce de la armonía en la adaptación a la vida y al mundo. A todo esto llamamos necesidad de educación, y sin perjuicio de lo que  puede haber de ávido en ella, nos parece que sus estados carenciales se manifiestan sobe todo como una gravidez básica, una pesada y oscura noche que sólo se alivia por la ósmosis nutricia con un medio natural y social claro y positivo.

Por la necesidad de justicia entiendo la capacidad del hombre de indignarse ante lo que técnicamente debe llamarse la injuria, que no es solamente el insulto que la palabra significa elementalmente en castellano, o la herida o daño  físico que significa en inglés, injury. La injuria  debe entenderse en latín como el hecho o la situación anti-jurídica, el estado carencial de la necesidad de justicia, que genera la indignación, normal en el hombre tanto ante la injuria recibida  en carne propia, cuanto, cuando se es un verdadero hombre, por la sufrida por el prójimo varón o mujer. Tal es la onceava o, mejor, undécima necesidad humana, que debe entenderse como todas las demás, no sólo en tanto que necesidad individual, es decir de cada hombre o mujer tomado uno a uno, sino como necesidad colectiva de las sociedades humanas cuyo incumplimiento las enferma gravemente.

La doceava o duodécima es la necesidad de trascendencia, o sea la de dar un sentido superior al mundo, a la vida y a la existencia, necesidad que es eminentemente religiosa, aunque puede tratársela en un sentido pre-confesional y laico como en Jaspers, quien ha hablado de la fe filosófica, y el psicólogo Fraenkel, y otros de la vertiente existencia del psicoanálisis  que consideran que el médico no debe mezclar la psiquiatría que  profesionalmente ejerce con su propia confesión personal. Pero el fondo es religioso y culmina en el sentido de lo "santo",  tal como lo describió admirablemente Rodolfo Otto en un opúsculo inolvidable.  Dentro de la doctrina católica, la necesidad de trascendencia se desglosa en las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad, ampliando la docena de nuestro cuadro a una décimo catorcena en que se mantiene siempre el esquema de avidez y gravidez que veremos (la fe es ávida, .la esperanza es grávida y la caridad en que la escala culmina, suerte de síntesis suprahegeliana, se reviste de ambas fases a la vez).

Las necesidades materiales

3. Vemos así que el cuadro de Fromm puede prolongarse hacia arriba, espiritualmente. Es obvio que también tiene una extensión hacia abajo, hacia la base biológica, donde encontramos las llamadas necesidades primarias: hambre, sed, que podemos reunir bajo el rubro de “saciedad” (y aún incluye algo bastante más primario; respirar); luego el descanso, que cubre no sólo el sueño, en el doble sentido de esta palabra en castellano (dormir y soñar, inclusive soñar despierto), sino todo lo que concierne a las exigencias de reposo, tal la imposibilidad de estar permanentemente de pie; el abrigo, que es la exigencia de protegerse de la intemperie, tanto en el sentido de estar, normalmente, vestido y no desnudo, como la exigencia de permanecer lo más del tiempo en recintos cerrados; y la cuarteta se completa con la necesidad de desahogo que es en cierto modo lo contrario del abrigo, de un modo general es la necesidad de librarse de la impedimenta  tanto externa como interna e incluye por cierto la higiene corporal, el contacto con la naturaleza y el mantenimiento de una buena forma física. El hombre comparte estas cuatro necesidades primarias, materiales y biológicas con todos los seres vivos, o por lo menos con los del reino animal.  Por lo demás es en el desahogo donde se engarza la tendencia lúdica tan humana pero en clara raíz animal y que luego continúa en los niveles más altos. Le propre de I’homme c’est de rire, dijo Rabelais.

La docena esencial

4. Válganos este cuadro de doce necesidades como esbozo de un ensayo que esperábamos desarrollar hace tiempo. Teníamos para él hasta el título: ·”De lo ávido y lo grávido”, y nos hemos propuesto dedicarlo a Monseñor Eduardo Picher, nuestro antiguo Vicario General Castrense, muy querido amigo de toda la vida, desde nuestra ardorosa juventud.
Conviene presentar el esquema plásticamente como una columna cuyo orden de entrada es muy preciso:
Saciedad
Descanso
Abrigo
Desahogo
Seguridad
Comunicación
Posesión
Pertenencia
Autodominio
Educación
Justicia
Trascendencia

Este orden de entrada es por de pronto el orden de la urgencia de las necesidades, o más correctamente, su ordenamiento según la perentoriedad del plazo en que la insatisfacción de cada una se vuelve intolerable. Esto puede medirse a su vez de dos maneras, respecto del sujeto humano individual, en general, o en concreto: varón o mujer, niño o anciano, etc., o respecto de la humanidad  en su conjunto, o más concretamente respecto de las comunidades humanas históricamente dadas. Además no basta tener en cuenta una inverosímil  insatisfacción total de las necesidades, cuyo plazo sería indefectible e impostergable, sino la más frecuente y empíricamente observable insatisfacción parcial, que puede no tener un desenlace fatal inmediato, pero no por eso deja de ser causa de daños duraderos y hasta irreversibles.  El ordenamiento que proponemos es por supuesto una hipótesis, pero no debe tomársele como una mera sugestión nuestra. El es sin duda, como veremos, el “quid” y el núcleo de la solución que proponemos al problema.
Por cierto, tiene perfecto sentido invertir esta columna y poner en la base lo que hemos llamado necesidades biológicas y en lo alto las necesidades espirituales. Así quedan diferenciados claramente tres grupos de cuatro: el biológico, que en cierro modo se puede considerar primario; el psico-social, que en un sentido menos justificable podría quizá calificarse de secundario; y por último el espiritual, que haríamos muy mal en considerarlo terciario si por eso se hubiere de desdeñar su importancia y esto tanto en lo que toca a la vida del individuo  como a la sociedad en su conjunto.
Es bastante claro el parentesco entre esta triada de los niveles biológicos, psico-social y espiritual, con la clásica de Platón: alma concupiscible, alma irascible, alma racional, la cual a su vez tiene que ver con la triada hindú de las tres “gunas”: tamas, rajas, sadva, y todo ello con el descubrimiento de las tres funciones sociales hecha por el gran sabio Georges Dumézil. Pero se sugiere  también una división cuaternaria, en que el aspecto ”rajas” abarque los seis elementos centrales, divididos en superior e inferior, “hanan” y “hurin” en términos nuestros. Resumamos todo ello plásticamente en el siguiente esquema:
CUADRO 1

                                                               Trascendencia
Nivel racional                                      justicia                  Sadva   
o espiritual                                          educación ____

                                                     __     autodominio

pertenencia                         superior, hanan
Nivel psicosocial                                               posesión   ____  Rajas
o irascible                                            comunicación
                                                  __        seguridad            
                                                                                                              inferior, hurin
                                                               desahogo  ____

Nivel biológico                                    abrigo
o concupiscente                                                descanso             Tamas
                                                               saciedad


El simbolismo de la columna, que sugiere cómo las necesidades pesan unas sobre otras, o mejor dicho se transmiten el peso de sus estados carenciales, puede ser también útilmente reemplazado por el de la cara del reloj, con sus doce horas, lo que sugiere mejor la circularidad del esquema y otras cosas en las que sólo podríamos entrar mediante un análisis más pormenorizado. Más allá de la cara del reloj está la escala  musical dodecafónica con sus doce semi-tonos, que sugiere prolongaciones del esquema básico –como espiral- en registros más o menos amplios  y la posibilidad de aplicar metafóricamente las nociones de tonalidad, en particular las categorías de tónica, dominante y sensible, al estudio de la estructura de las personalidades y las sociedades humanas según el modo de satisfacer sus necesidades. Todo esto es muy rico y muy sugestivo pero debe quedar por ahora así, como ideas a que se apunta con miras a que otros, más autorizadamente, las exploten y las lleven a pleno cumplimiento (por ejemplo, los expertos en bemoles y sostenidos).

La dualidad avidez-gravidez

5. Claro que el cuadro precedente parece desenvuelto desde el exclusivo punto de vista de lo que se suele llamar la conservación del individuo. Y la de la especie? O seremos de los que piensan, como dicen que pensaba Schopenhauer, que la necesidad de conservación  de la especie no lo es propiamente de sus individuos, víctimas, según ese autor, del engaño genésico que ocasiona la, para él, tenebrosa pasión del amor ... ?. Ciertamente no compartimos semejante punto de vista. Claro que la necesidad genésica o líbido, que en su forma lograda y madura, heterosexual, está biológicamente ligada a la procreación, clásicamente conocida como la conservación de la especie, viene a ser la décimo tercera, que complica y enreda el cuadro, quitándole su simetría. Sin embargo el entuerto se alivia si se nota que la líbido, el deseo sexual, que es una avidez básica, una necesidad de saciedad, exige fases de descanso, abrigo, desahogo, seguridad, comunicación, posesión, pertenencia, etc., etc., sin excluir los más altos niveles espirituales, manifiestos por ejemplo  en el matrimonio cristiano. Así, el cuadro se reconstruye y el equilibrio se restablece. Las necesidades humanas, sin perjuicio de ser infinitas, pueden reducirse a doce, o a trece a lo sumo, pero con esta anomalía del fatídico número primo resuelta en una convergencia.

Seis de esas necesidades se manifiestan, carencialmente, como avideces: saciedad, abrigo, seguridad, posesión, autodominio y justicia, al menos predominantemente; y las seis restantes: descanso, desahogo, comunicación, pertenencia, educación  y trascendencia, suelen manifestarse como gravideces, cosa que se comprueba por la fenomenología de sus estados carenciales, aunque pueden tener también una fase ávida. Es sabido que según los chinos, siempre hay algo de yin en el yang y viceversa. A lo largo de esa escala de doce o trece elementos, que más bien llamaríamos ideas en el sentido platónico y que se constituyen en una constelación ideal ínsita en la naturaleza humana, se desarrolla así  una dialéctica en torno a la dualidad básica avidez-gravidez, cuya descripción fenomenológica puede ser muy interesante, aunque la omitiremos pues lo que más nos interesa es remarcar la estructura de conjunto que no el microanálisis de las necesidades. Es constante, sin embargo, en esta estructura un marcado contraste de cada necesidad con su sucesora inmediata, o en la diferencia de cinco minutos horarios en el esquema de la cara del reloj, a cambio de una continuidad in crescendo cada diez minutos y un cierre de la diada  anterior cada quince, además de otras cosas, como el gran cierre que hemos advertido en Fromm. Quizá convenga presentar esta dialéctica plásticamente en el siguiente cuadro.
    AVIDEZ                                                                GRAVIDEZ
Saciedad                 
                                   descanso
Abrigo                       
                                   desahogo
Seguridad                
                                   comunicación
Posesión                  
                                   pertenencia
Autodominio            
                                   educación
Justicia                     
                                   trascendencia

Por lo demás, la dialéctica de lo ávido y lo grávido  guarda relaciones sutiles y complejas con esa otra dualidad esencial, la de lo masculino y lo femenino, en el sentido, por ejemplo, de estos versos de la célebre marcha final del primer acto de las Bodas de Fígaro de Mozart-Da Ponte:

Non piú andrai fanfarlone amoroso
notte e giorno d’intorno girando
delle belle turbando il riposo

El asunto es delicado y la sensibilidad contemporánea reacciona de maneras muy contradictorias ante él, pero creemos que habría que verlo más bien en conformidad con la sabiduría tradicional, que por cierto en una versión más o menos esotérica remontaría su alcance al misterium conjuctionis alquimista y a aquella dualidad fundamental del Tao chino que se desdobla en el yin y el yang (la tierra y el cielo). Esta dualidad no nos es culturalmente ajena, pues una vez tuve en mis manos un pequeño huaco, un “aríbalo” o ánfora peruana que casi cabía en la mano, en cuyo ecuador una serpiente le mordía la cola a un lagarto que a su vez le mordía la cola a la serpiente; tratábase así de una versión admirable del desarrollo  dual del símbolo primigenio del Ouroboros, que puede confundirse con el Tao en el sentido de unidad primigenia indiferenciada y recaída en el eterno retorno. El tema es susceptible de inagotables desenvolmientos de los que consideramos por ahora prudente abstenernos. Lástima que la posesión de esa pieza me fue inconsecuentemente denegada.

La agresividad humana

6. A esta altura surge la pregunta del cual es en nuestro cuadro el lugar de la agresividad humana. Y bien, pienso que la agresividad tiene una base instintiva en la dialéctica de las necesidades de posesión y pertenencia, de modo que no existe una necesidad de agresividad como tal, como tampoco existe a mi entender el instinto de muerte que el Freud de la tercera edad creyó haber encontrado en su tratamiento de las psicosis de guerra (1914-18). Es claro que no son los mismos los presuntos instintos de agresividad y de muerte, pero de alguna manera estarían relacionados según quienes los propugnan. Invoco el hecho que al parecer la agresividad de los felinos predatores y las aves de rapiña, símbolos de la bravura nobiliaria, esta paradójicamente unida a una intensa ternura en el nido, la madriguera o la guarida y en tal sentido, el tigre a la cabeza de los digitígrados, antes que el león rampante, aunque la Heráldica lo ignore. Esto nos da la clave.  La misa lógica rife de defensa que todo macho hace de su espacio, que algunos llaman territorial, ligada a los dos instintos de conservación; el alimento  y la procreación, y que motiva la agresividad dentro de la propia especia según lo ha estudiado Conrad Lorenz. Hay  pues una base animal instintiva en las dos  emociones sobre las que se construye la moral humana, las dos emociones éticas por excelencia: el coraje y la ternura, y esa base es la dialéctica y complementariedad de las necesidades de posesión y pertenencia, la cual se resuelve en el autodominio ligado a la virtud cardinal de fortaleza. Ellos esta paradigmáticamente  expresado en el carácter de Héctor, quien es quizá el héroe más noble de la Iliada, en todo caso el más humano. Hegel  en su dialéctica del amo y el esclavo –inspirada sin duda en la célebre novela de Daniel Defoe, “Robinson Crusoe”- y que mejor sería llamar “del señor y el siervo”, recalcó los aspectos de adversidad y combatividad en la relación intersubjetiva para mejor fundar la alteridad de la conciencia: también Sartre recalcó en otro sentido y exagerándolos, los aspectos adversos de la alteridad en una riquísima dialéctica del “para si” y “para otro” en que no podemos ahora detenernos,  pero él remacha sobremedida un para otro “cosificante” (Sartre debió ser víctima de algún acerado mirar femenino más penetrante que el de un psiquiatra). Buber, aspectos “blandos” de la simpatía, la compasión y en suma el tierno amor en la intersubjetividad; en la misma línea están grandes poetas como Vallejo y Machado. Creo yo que ambos aspectos, el duro y el blando, son correlativos y complementarios como reverso y el anverso de la misma medalla o moneda o más bien como la convexidad y la concavidad de un escudo, un yelmo o una coraza. Toda agresividad que no guarde medida y raigambre como con una ternura complementaria me parece una perversión y esto no se explica por un instinto específico sino como anomalía. Patológica del instinto positivo de conservación. No hay pues instinto de agresividad y nada en la especie humana  hace ineluctable la guerra; el estado actual de las investigaciones de la humanidad prehistórica parece confirmar este aserto.
En una ulterior re-lectura nos parece manifiesto como a partir de Fromm nos hemos aproximado a Jung, cuyos arquetipos en principio no se dan aislados sino sistemados hasta  un extremo que quizá  el mismo no previó en lo que me inclino a llamar un extremo que quizá  el mismo no previó e lo que inclino a llamar “universos simbólicos”. Entre estos la Astrología, la Alquimia, a la que Jung concedió tanta importancia, pero también el Tarot, a la que Jung concedió tanta importancia, pero también el Tarot y el  I ching, son ejemplos notables. Debe haber muchos más sin duda recíprocamente imbricados  por mitológicos vasos comunicantes difíciles de explicar. Felizmente el aburrimiento con el llamado “positivismo moderno” nos está volviendo a abrir la mente a este modo de razonar por símbolos. Ya lo había previsto el gran poeta francés Gerard De Nerval con su tesis de la vuelta de los arquetipos dioses ancestrales.

..............
Il reviendront, ces Dieux, que tu pleures toujurs,
Le temps va ramener ?ordre des anciens jours,
La terre a tressailli d’ un souffle prophétique :

Cependat la sybille, au visage latin,
Est endormie encor sous l’arc de Constantin...
Et rien n’a dérangé le sevére Portique.

La herencia renacentista me hace comprender que la ortodoxia cristiana, a despecho de la actitud defensiva de los primeros padres, en el fondo no deniega el pasado pagado de la humanidad. Como le dijo una amiga mía a una turista peruana en Roma a quien no le gustaba el nombre de la Basílica Santa María Sopraminerva.

6     Sopraminerva somos todos, redimidos por el agua bautismal.

Que duda cabe que eso es parte de los misterios marianos. La  vieja se sintió mentalmente agredida por el entusiasmo de esa estudiante peruana, entonces muy  joven, que le casser les ìeds, como se dicen en Francés, pero eso no está mal de vez en cuando.
Por lo demás, como lo oí en una oportunidad a Monseñir Fulton Sheen, en enigma parecido ocurre con el hecho que la Santísima Virgen  se apareciera en cierto  lugar cercano de Lisboa llamado Fátima, que es el nombre de la hija de Mahoma quien encarna el ideal femenino en la religión musulmana. Pero no nos escapemos de nuestra línea central de pensamiento.

El supuesto instinto letal

7. Y el instinto de muerte? Que proclamó el Freud sexagenario ... No estoy en condiciones de discutirlo sobre la base de una experiencia profesional porque no soy psiquiatra ni psicoanalista, mas no creo en él y puedo razonar esta descreencia. Creo antes bien en el dictum bíblico: “no hay en las criaturas veneno de muerte” (libro de la Sabiduría, capítulo I, versículo 14). Los seres, todo lo creado, el hombre inclusive, tienden a la vida y al ser y no a la muerte, que, aunque trágica, es al fin y al cabo provisoria en el plan divino según nos ha sido revelado. El pretendido hallazgo del Freud me parece consecuencia o resultado  de un prejuicio filosófico que viene del nihilismo de Schopenhauer, genial pero terriblemente destructivo, inscrito  en todo caso indeleblemente en la dialéctica evolución de las ideas. Esa es la raíz común de Freud y Nietzsche  y el innecesario reverso del vitalismo de la líbido, que no existe por ejemplo en el vitalismo exultante de Bergson, fundado como el de Simmel, según nos parece, y Driech y von Uxkull, y también Ortega, en Dilthey (no obstante la poco amistosa relación entre este maestro y su compañero menor, el célebre sociólogo de Berlin). ¿Por qué el Freud casi senil complicó su relacionista cuadro de los dos principios contrapuestos de realidad y placer? Que hasta entonces había considerado suficientemente para regir su complicada relojería  síquica. Como le explican a uno en el Museo de la Chaux-de-Fonds en Suiza, todo reloj no solar, desde el más primitivo al más refinado, comporta, además de su cara, relojería síquica de Freud es la líbido, y un parsimonioso  mecanismo de control, que imprime regularidad en la analógica computación del tiempo, por ejemplo el péndulo de un reloj de pesas; esta función corresponde en el siquísmo  freudiano al principio de realidad, solo que Freud creía en la contraposición radical e insalvable de los dos elementos, el motor y el freno, provenientes de orígenes distintos, el uno la vida misma, el otro la sociedad y sus exigencias convencionales (puede advertirse en este aspecto del pensamiento de Freud un eco de la nostalgia rousseauniana por el hipotético “estado de naturaleza”). Cierto que Desmond Morris en su “Mono Desnudo” ha demostrado, según un ánimo ideal, metafísico. Emn cambio, Freud  tenía pretensiones a un rigor cientista positivo  descontaminado de promiscuidades de esa índole; pro eso tenía un costo al cual, sospechamos, no quiso regirse. Por cierto, su concepto de libido difiere radicalmente del hedonismo asociacionista  tradicional e implica de alguna manera un vitalismo que trasciende las explicaciones mecanístas convencionales de su época. Pero esto sin duda no le pareció suficiente. No es muy conocida la historia de cómo  Abraham asumió el mandato freudiano de “pre-vaciar”  los arquetipos de Jung, que él llamó “Urbilde” reduciéndolos a un contenido sexual. Pero a la postre este intento fracasó. Se requirió pues una respuesta de más altar miras a la audacia imaginativa de Jung, o que al menos pudiera cumplir en apariencia ese cometido. El instinto de muerte pudiera cumplir en apariencia ese cometido. El instinto de muerte fue entonces así diseñado, al menos eso creemos, para redimensionar l esquema freudiano aunándolo al arquetipo  clásico “Eros y Thanatos” con lo que se daría a ese esquema la dimensión paradigmática sin renunciar a la ascética epistemológica del positivismo cientista no contaminarlo de metafísica. Al menos eso se creía. Por cierto, que Freud se percata de ello o no, es evidente que el arquetipo clásico “Eros y Thanaos” vino a quedar deformado; el sentido de ese acoplamiento paradigmático del amor y la muerte es obviamente otro: validar y potenciar la vida, justo lo contrario de negarla, como se ve claramente en el tema horaciano del carpe diem y en el fugit irreparable tempus que recorren la poesía occidental redescubiertos  por Petrarca, nunca mejor expresado que por Ronsard, por ejemplo en las “Estanzas a Casandra”, la penúltima de las cuales  reza:

Donc tandis que tu vis,
Change, maîtresse, d’avis
Et ne m’espargne ta bouche
Incontinent que tu mourras,
Lors tu te repentiras
De m’avoir été farouche

y siguen versos aún más exaltados:

Ah, je meurs! Ah, baise-moi!
Ah, Maîtresse, approche-toi!
Tu fuis comme un faon qui tremble.
Au moins souffre que ma main
S’ébatte un peu dans ton sein,
Ou plus bas, si bon te semble.

O sino  el soneto absolutamente  perfecto:

Je vous envoie un bouquet  que ma main
Vient de trier de ces fleurs épanies ;
Qui ne les eut à ce vepre cueillies,
Chutes à terre elles fussent demain
Cela vous soit un example certain
Que vos beautés, bien qu’elles soient  fleuries,
En peu de temps s’en va, le temps s’en va, ma Dame,
Las!  Le temps non, mais nous nous en allons,
Et tôt serons étendus  sous la lame
Et des amours desquelles nous parlons
Quand serons morts, n’en sera plus nouvelle :
Pour ce aimez-moi, cependant qu’étés belle.

Como vemos, la dialéctica de la líbido es de suyo suficientemente rica, compleja y profunda y se basta por si misma. Su parcial negación por un contrapuesto instinto de muerte  resulta anatópica, enteramente fuera de lugar. Le opongo un fin de non recevoir. Por cierto, entiendo la líbido como Jung y Fromm, es decir afirmando la capacidad humana de sublimarla desde su base y núcleo o meollo sexual a todas las dimensiones, direcciones e intenciones de la sociabilidad y del espíritu según la vocación de cada cual –así como  la “Kundalini” hindú se eleva hasta la “chacra” más alta cuando despierta del sueño en su depósito del “muladara” en los bajos fondos del cuerpo humano. Un marido amante le decía ronsardianamente a su mujer: “Me encantas tus bajos fondos”. No insistamos; la líbido en todo caso debe entenderse como el elán vital de Bergson, noción ésta que en lo estilístico está ascéticamente depurada de connotaciones ludíbricas o libidinosas pero que después de todo y al fin y al cabo en su contenido semántico alude a la misma realidad, abierta a la evolución creadora que culmina en el espíritu. La líbido no sublimable  de Freud es hija del abrasivo deseo schopenahueriano que el llamaba “voluntad”, una mera ilusión o espejismo obsesivo desplegado en el mundo como  “representación”, pura ilusión detrás de la cual no habría realidad alguna: nichts, nihil, nada; él la creía similar a la Maya Hindú-budista, olvidándose  que ésta es siempre manifestación de una realidad trascendente, divida; sólo el ateísmo de Freud explica que no le repugnara el recursos al instinto de muerte. Aún mejor  que el elán bergnosiano es el legitimo y auténtico “deseo concupiscente”  de la ética judeo-carnal de los cónyuges es símbolo portador de la gracia o amor divino; hay un símil metafórico entre ambos y hasta, diríase, son dos grados distintos de lo mismo, sus manifestaciones extremas, diametrales, en la base biológica y en las alturas del espíritu. Los grandes místicos, en particular los de la Iglesia Católica no objetarían este dictum, lo cual no excusa de la indispensable y dificultosa ascética, que ellos también nos recuerdan y predican amonestándonos severamente. Todo sea por el ser y por ser participes de él. Los supuestos instintos de agresividad y de muerte, que se les confunda o no, están de más.

La consumtividad de las necesidades

8. El orden de las doce necesidades según por de pronto, el criterio de su urgencia, es decir la perentoreidad del plazo con que se exige su satisfacción, como ya dijimos, es el que hemos indicado, y ese orden coincide con el de su consumtividad, es decir el grado  con que consumen o agotan los insumos que se requiere para satisfacerlas. El aspecto de la consumtividad reclama mayor análisis. En la teoría económica se reconoce tres factores indispensables de la producción y por lo tanto de la satisfacción de las necesidades: -trabajo, capital y naturaleza. Nosotros, ampliando y generalizando el punto de vista económico  a uno o más global e integralmente humano, hablaremos de esfuerzo, aservo y don gratuito. Resulta fundamental el análisis de las necesidades según las diferentes modalidades  en que estos factores intervienen en su satisfacción, ello puede dar lugar a muy finas descripciones fenomenológicas, en el sentido de Husserl. Se nos escapa por entero la posibilidad de hacerlo ahora, pero quede remarcado al menos que cuanto más consumtivas; lo más consumtivo es el hambre que se satisface por la ingestión de alimentos. Mi  padre contaba de un gringo que de visita al Perú, una vez después de haber almorzado bien, dijo acariciándose la barriga: “Tengo el estómago lleno de víveres”; o bien bromeaba que ya no eran víveres, habían sido consumidos. (La categoría nutricional de “víveres” es previa no sólo a la digestión sino a la cocina; punto dudoso: ¿un arroz con  pato “surgelé”  es vivere?). Debe distinguirse un acto consumtivo de un acto consumativo. La satisfacción del hambre es las dos cosas, el sexo en cambio solo lo segundo, salvo en especies animales muy alejadas de los mamíferos superiores, lo cual o impide las relaciones simbólicas de una a otra satisfacción de estas variantes de la necesidad de saciedad:

- ¿Que provocación es ésta?

- Quiero comerte, mamacita.

En cambio en las necesidades espirituales en símil con la evangélica multiplicación  de los panes y los peces, pareciera que su satisfacción no consume el don gratuito de cuya munificencia  dependen, sino lo incrementa aún más produciendo un clima, un medio espiritual que es tanto más abundante cuanto más consumo se haga de él. Por lo demás, la elevación del ser humano a un alto nivel sádvico está ligada, según cierta tradición, al cultivo del amor ideal, no consumativo, como el del Dante por Beatriz y del que quizá la exaltación  del Quijote por Dulcinea sea la última manifestación culturalmente célebre, en contraste con el idilio, tardío, más bien póstumo, de Hamlet por Ofelia.

Apuntes sobre la teoría del valor

9. pero ¿Cómo es la consumtividad desde el punto de vista del insumo de los diferentes factores que los economistas llaman trabajo, capital y naturaleza, y nosotros preferimos llamar esfuerzo, aservo y don gratuito? Decimos que el hambre se satisface con la ingestión de alimentos y estos son básicamente producidos por el esfuerzo del agricultor y la cocina de la mujer, al menos si hemos de atendernos a las sociedades primigenias con su economía de auto-consumo; sin duda tal es el sentido de la maldición yavítica a Adán pecador y con él a todo el género humano:
“comerás con el sudor de tu frente”

que duda cabe que tal frase bíblica  está en la base de la doctrina del “valor trabajo” con que Adam Smith corrigió a los fisiócratas que atribuían el valor económico al don gratuito de la naturaleza, aunque no sé que él lo reconociera. El Archipestre de Hita, temprano poeta español, glosó magníficamente la maldición bíblica.

“por dos cosas trabaja el hombre: por haber mantenencia y por haber juntamiento  con hembra placentera”

Esto último es, obviamente, contribuyendo a la mantenencia, de ella. Así se confirma la estrecha relación entre el trabajo, forma principal y nuclear  del esfuerzo humano, y lo que hemos llamado  la necesidad de saciedad en sus diversas manifestaciones, de conservación individual o genética. Según el sabio Conrad Lorenz, el comportamiento territorial de los machos en el reino animal responde no sólo al celo sexual, sino a la necesidad de asegurar la mantenencia del serallo hembril, por así llamarlo.

A mi modo de ver, el sentido profundo de la Fisiocracia trasciende el nivel de lo meramente económico, y es todavía en el fondo un modo de pena profundamente religioso. Así me lo ha advertido la reciente audiencia en Lima por la Orquesta Sinfónica y el Coro nacionales del oratorio “La Creación” de Haydn. Sin duda, lo mismo vale para el otro de sus grandes oratorios, “Las 4 estaciones”, aunque éste resulta de carácter más laico y más cercano a la concepción cíclica propia de los griegos, ya notamos el carácter bíblico-religioso del correctivo que Adam Smith hizo a la Fisiocracia en la que se había formado gracias a su amistad con el doctor Francois Quesnay, del cual nuestro inolvidable Cantinflas dio una versión cómica deliciosa: le dice ella:

- Ya es hora que te vayas a trabajar

Responde:

- No me gusta comer pan con sudor.

Ambas concepciones en realidad no tienen nada de incompatible, sólo que hacia falta corregir la negación fisiocrática del poder creativo del trabajo humano, que según ellos sólo era capaz de transformar, y en el terreno comercial, manipular las fuerzas d la naturaleza creadas por Dios.

Pero Ricardo y después Marx al racionalizar al extremo esa teoría la de deformación  y dejaron de considerar el factor de utilidad que también es determinante del valor económico en tanto que capacidad de aplicar carencias, según se puede rastrear en Smith y lo pusieron definitivamente en claro los neoclásicos un siglo más tarde. Para que un bien sea económicamente valioso, no basta el esfuerzo insumido en él, es necesario que sirva para algo, que concurra a satisfacer una necesidad humana, fuere ella real o ficticia. Hoy es un lugar común que el trabajo, o el costo del trabajo, es decisivo en la determinación de la oferta y, por su parte, la utilidad para  la determinación de la oferta y, por su parte, la utilidad para la determinación de la demanda. Y aquí permítaseme  una pequeña digresión.

Georges Mendel ha relatado cómo Marx pudo ser uno de los precursores de la teoría de la utilidad marginal,  que “estaba en el ambiente” a mediados del siglo pasado (véase al respecto la admirable explicación de .... ); pero renunció a ello la raíz de una visita a Inglaterra, donde los ricardianos socialistas lo convencieron de la eficacia dialéctica de la teoría del “valor trabajo” para los fines de la programática revolucionaria. ¿Quiere decir esto que Marx mintió? No lo creemos, sólo que su punto de vista no era el del teórico abstracto sino el del luchador social, lo que hace de su filosofía un pragmatismo aún más radical que el de Pierce y William James. Pero sincero o no, hoy es evidente que Marx se equivocó, como se había equivocado antes que el Ricardo, en cuyos botines se metió teóricamente, aunque por motivos opuestos.  Pero entonces la teoría del valor trabajo es el supuesto de la tesis socialista de la plusvalía tal como la presencia Marx, con lo cual esa tesis se derrumba. ¿Quiere esto decir que creamos que la plusvalía nunca existe? De ninguna manera, pero su explicación es otra: la plusvalía sólo puede existir gracias a una estructura monopolística del mercado, estructura que en tiempos de Marx favorecía sistemáticamente al empresario, que él confundió con el capital, grave error; pero es claro que en muchas coyunturas del mundo contemporáneo esa situación se ha invertido y hoy son los sindicatos los que frecuentemente tienen una ventaja monopolística y transmiten  esa rigidez a la economía en su conjunto. Aunque a los marxistas les parezca absurdo, es indudable que se ha producido en el mundo contemporáneo plusvalías a favor de los trabajadores; yo lo he visto en la economía de los astilleros daneses cuando me cupo ejercer funciones diplomáticas en ese bello reino nórdico. ¿Qué sobrevive del análisis marxista? Creo yo sobrevive al menos la feliz expresión “fetichismo de la mercancía”, que él la utiliza para una tesis complementaria de la plusvalía, y cuyo valor fenomenológico nos resulta evidente, aunque su interpretación no tenga necesariamente que ser la de Marx.  En fin, dejemos aquí esta digresión y volvamos a la fenomenología de la consumtividad de las necesidades primarias.

Pensándolo bien, como un second thought, somos injustos con Marx, pues no obstante que su cuantificación del valor trabajo nos parece absurda, su pensamiento comporta un aspecto muco más profundo, cual es la capacidad del trabajo humano en virtud del cual el hombre  en cierto modo se forma o forja así mismo, como una especia de by-product de su producción de mercancías o servicios. En términos heideggerianos diríamos que el trabajo con  que el hombre gana  su pan y el de su familia es la verdadera cura de la existencia, más que la angustia que en las trincheras de la primera guerra mundial le hizo al genial filósofo concebir esa idea. Si según Heidegger el hombre es el ente que al “estar en el mundo” (da Sein) se le hace presente su propio ser, y el ser en general, el trabajo es en suma lo que nos permitimos llamar “el cierre del bucle del serse del ser” en el ente humano,  ya que por él el hombre es en alguna medida no sólo conciencia sino causa eficiente de sí mismo y del mundo que lo rodea.

El tiempo como don gratuito

10. El hambre se satisface en buena cuenta con trabajo y por lo tanto genera fatiga de donde surge la necesidad de descanso, tanto más oportuno, algo tamásicamente, después de saciado el hambre. Y ¿qué consume el descanso? Tiempo, que es el don gratuito por excelencia, tiempo y capacidad de gozar de él, o sea requiere cierta medida de calma, por donde en la necesidad de descanso arraiga la de evitar ruidos molestos y otras perturbaciones por el estilo. El goce del tiempo está unido al silencio no sólo en la contemplación sino en el descanso. Porque es gratuito el tiempo  como el aire, no se suele tomar en cuenta el descanso en el cuadro de las necesidades humanas y es tan obvia esta fenomenología en el nivel primario que parece haber pasado desapercibida, pro es justamente tal vacío lo que ha impedido comprender hasta ahora la dialéctica de lo ávido y lo grávido que viene a ser la llave de la solución del problema según lo proponemos nosotros.

Por lo demás, la cosa no queda en el simple nivel primario, pues obviamente el don del tiempo actúa en todos los niveles, lo que tiene que ver con la menor premura de las necesidades a medida que se espiritualizan; un tondero del norte del Perú reza:
                                   Tiempo le pido al tiempo
                                   y el tiempo tiempo me da
                                   y también me dice el tiempo
                                   que el tiempo me lo dirá

La gracia del tiempo prolonga así, aligerándolas, tanto avideces como gravideces a consumaciones o partos diferidos pero seguros en una promesa de virtualidad indefectible.

Más pied à terre, por cierto, el trabajo, y por lo tanto la satisfacción del hambre también consume tiempo, pero bajo una modalidad obviamente distinta; literalmente debe distinguirse en el consumo del tiempo el ocio del negocio. También esta dualidad, un  lugar común, es fundamental en nuestra temática. Hoy  predomina, como se sabe, una sobrevaloración del negocio sobre el ocio, particularmente en la educación; se educa para el trabajo, pero esto no siempre fue así pues es sabido que los  griegos educaban para el ocio y desdeñaban los valores  utilitarios. Es conocida la anécdota: a un pretendiente a discípulo que le preguntó para que sirve la Geometría, Euclides, o fue Aristóteles?, le hizo dar un dracma, que era la unidad monetaria de entonces, y lo mando de paseo. Confieso que ni la pedagogía, no para el caso la medicina, son mi fuerte, parecería que carezco de “eros pedagógico”, pero tengo cierta nostalgia de esa educación para el ocio sin la cual no se alcanza la sabiduría. De un modo general,  puede decirse que el negocio está  asociado a la satisfacción de las necesidades ávidas y el ocio al de las grávidas, pero no debe tomarse demasiado al pie de la letra esta simplificación, lo que llevaría a graves  inconsecuencias y hasta falsificaciones. Por ejemplo, siempre dentro del campo de la educación es evidente que no se puede aprender sin esfuerzo, no sólo las ciencias sino las artes, y el esfuerzo del aprendizaje tiene además un valor  formativo, es esencial para la formación  del carácter, con lo cual concierne no sólo a la educación sino al autodominio. En contrapartida la cultura contemporánea ha redescubierto los aspectos lúdicos de la educación y de la vida, lo que, creo yo, deben situarse predominantemente  al nivel de la  necesidad de comunicación. El punto es complejo y no vamos a profundizar en él. Con todo, sabida la respuesta que dio Matisse a su maestro Gleire quien lo amonestaba a tomas más en serio su aprendizaje. No recuerdo las palabras exactas, pero fue algo así:

- Esto no es cosa  de juego!
- Si no lo fuera, no tengo nada que hacer aquí.

Ya el gran Montaine había advertido el bien que le hizo su padre al enseñarle  el latin de una manera natural, prerousseauniana, como jugando. No hay nada nuevo bajo el sol.

Una pregunta que cabe hacerse es si a medida que se aleja uno del nivel primario subsiste la diferencia entre aservo y don gratuito, entendidos como generalizaciones o sublimaciones si se quiere de los conceptos económicos de capital y naturaleza. A mi modo de ver, la diferencia subsiste  y hasta es decisiva. Consideramos la necesidad de comunicación. En el mundo moderno ella importa ingentes capitales invertidos en rotativas, teléfonos, cables, radio, televisión, etc., etc., por sólo hablar de hardware. Lo que de esto se consume es una “usura”, la necesidad material y tecnológica de tener esos capitales al día; pero todo ello tiene al menos un supuesto que no pertenece al  orden de lo material: el lenguaje, el cual debe considerarse como un bien social adquirido, un aservo colectivo. El uso del lenguaje es gratuito y en cuanto tal no es consumtivo; quiere esto decir que el lenguaje debe situarse en el mismo nivel de gratuidad que el tiempo? No lo creemos, entre otras razones porque se requiere tiempo para dominarlo. El lenguaje pertenece a una categoría muy especial de bien social, la categoría de los bienes culturales, o sea lo que Hegel denominó “el espíritu objetivo”. El se hace presente a nivel de la necesidad de comunicación, pero continúa obviamente siendo operativo en todos los niveles, superiores o no. válganos esta pequeña reflexión a modo de ejemplo de otras que pueden hacerse para otros propósitos similares.

Hardware y Software en el nivel espiritual

Tenemos así que la diferencia entre aservo y don gratuito se mantiene al nivel de la necesidad psico-social de comunicación. Más analíticamente podría distinguirse, aun en la satisfacción de las necesidades más elevadas, un aservo o capital  físico, que es un condicionante instrumental de ellas en el sentido en que un violín es un instrumento de música, y un aservo inmaterial propiamente espiritual, el lenguaje a la cabeza, y con él todo lo que hegelianamente se llama “espíritu objetivo”. Quizá hasta cierto punto puede utilizarse  la distinción contemporánea entre un hardware y un software  en la satisfacción de las necesidades, pero a condición de subordinar el primero al segundo, al menos a partir del nivel psico-social. En el universo  cultural  lo hard y lo soft están por cierto íntimamente compenetrados en el sentido, por ejemplo, que un instrumento musical, o para el caso  una partidura o un libro, no son meros objetivos materiales; antes bien, son expresiones  del espíritu objetivo; pero por eso mismo es el aspecto “espíritu” el dominante aunque hayamos convenido en llamarlo “blando”.

Si esto es válido al nivel psico-social, con mayor motivo lo será en el nivel más alto, y en particular en el de las necesidades que hemos llamado sábvicas, con lo que hemos  querido remarcar la índole espiritual de la racionalidad platónica, a diferencia del racionalismo sensualista de la ilustración dieciochesca. ¿Hasta que punto subsiste en este nivel la distinción ente aservo o “software” cultural y el don gratuito del espíritu mismo en ejercicio? Aquí parece imponerse una distinción parecida a la sausuriana entre el lenguaje (langue) y la palabra (parole). El “espíritu objetivo”, inclusive el lenguaje, debe así entenderse como una disponibilidad, una latencia o potencialidad que sólo se hace actual en el acto mismo del espíritu, su vivencia efectiva que es en nuestro contexto la misa satisfacción de la necesidad espiritual. Ya vimos que a ese nivel el uso de los insumos, por así decir, que satisfacen la necesidad, no los consume sino antes bien genera como don gratuito una sobreabundancia de los mismos. En el orden material se imponen las diferencias: trabajo, capital, naturaleza, o si se prefiere las más alturadas expresiones que hemos usado; esfuerzo, aservo, don gratuito; pero a medida que estos elementos se espiritualizan, ellos se compenetran entre si y si bien nunca deja de haber un gasto  del soporte material, los componentes no materiales, el software en lo que toca al aservo, no se gastan y al cabo en el nivel más alto, lo que hemos llamado la necesidad de trascendencia, el esfuerzo, o sea la libertad humana; el aservo, o sea el bien y el  saber  ya adquirido; y el don gratuito, o sea la gracia o acción divina, sin dejar de ser cada uno lo propio, están perfectamente aunados y compenetrados al punto que de una manera para nosotros incomprensible, la providencia divina se realiza en la historia a través de la voluntad libe del hombre, y que duda cabe que en eso consiste el ministerio de la predestinación y de la gracia. A ese nivel no hay gasto del insumo que satisface la necesidad, sino su afluente  sobreabundancia, como  en el milagro de la reproducción de los panes y los peces, o quizá mejor aún la zarza ardiente que Moisés encontró en el Sinaí y que no se consumía, ardía sin quemarse.

Hemos usado la palabra “afluencia”en un sentido algo distinto del que puso de moda hace unos años  el profesor Galbraith en un célebre libro. Para él, la sociedad afluente es la sociedad de alto consumo, es la que más consume porque al mismo tiempo mas produce, al menos más mercancías produce. Nosotros querríamos proponer o al menos sugerir la posibilidad  de otra variante  de la noción de afluencia, una que no consume porque el uso y la producción no están diferenciados en dos momentos distintos, sino constituyen un solo acto. Cierto que ya no se trata de objetivos materiales, se trata de otra clase de bienes, pero no son los que en el fondo más interesan. Cabe entonces hablar de “sobreafluencia” y “transconsumo” para diferenciarlos de los sentidos ordinarios d estas palabras en el lenguaje económico al uso que no es nuestra intención modificar. ¿será esto un idealismo iluso y utópico que esconde sabe Dios que hipocresías? No faltarán los reduccionismos a la moda que así quieran hacérnoslo creer. Limitémonos a apuntar esta posibilidad aunque sólo fuera como un término de comparación ideal frente al estado de cosas que realmente sucede. Quede postulada esta utopía espiritualista aunque sólo fuese una ardiente esperanza para un próximo milenio. Veamos la cosa ahora desde otro punto de vista.

Relativo desinterés por el tema de las necesidades humanas en las ciencias sociales

11. En cualquier sentido de la escala, el plazo de urgencia de las necesidades que llamamos incorrectamente secundarias y terciarias  se hace menos apremiante, lo que llevaba al Don Juan de tirso a exclamar: “!Qué  largo me lo fiáis!”, pero su hora también llega y se cumple tanto para el ser humano individual como para las sociedades humanas de manera colectiva. De allí la significación del simbolismo del reloj que hemos insinuado. Además, las necesidades se transmiten no tanto vertical sino cíclicamente, el peso o el alivio, según sea el caso, de sus carencias tanto como de sus satisfacciones. Es así como una angustia metafísica de falta de sentido trascendente de la vida puede manifestarse como hambre obsesivo; como bien se entiende, tal es por lo demás la intención con la que el Evangelio habla de “sed de justicia”. A mayor abundamiento, en lo que toca a esta “sublimación” en escalada de las necesidades humanas (escalera de caracol si se combina la imagen de la fa del reloj con la espiral de la escala cromática  y sus relaciones armónicas), cabe considerar el pudor, no solo el sexual, en la medida que subsiste entre nosotros, sino en todos los sentidos, la cura o gurda de la intimidad, que es una forma superior de abrigo, protección de la intemperie en un nivel espiritual. Hay aquí de nuevo toda una    rica venta fenomelógica de la que podría darse otros ejemplos concernientes a otras necesidades. El caso es que los antropólogos se han ocupado, en particular Malinowsky y Kardiner, de los esquemas de satisfacción de necesidades en el estudio de lo que éste último llamo la “personalidad de base” pero privilegiando desmesuradamente  el nivel primario, sin duda porque es el más susceptible de comprobación fáctica. Los economistas, en cambio, hasta ahora han desdeñado la teoría de las necesidades humanas considerando que lo que les concierne es describir los mecanismos del mercado y no las motivaciones de la demanda. Seguramente en el contexto de las economías centralmente planificadas, hoy en abierta disolución, se teorizó sobre las necesidades humanas en alguna medida que yo no conozco, pero el supuesto ideológico de esas economías eran tan materialistas que dudo mucho que hubiera un auténtico atisbo de comprensión  del problema. En todo caso, yo no creo que pueda haber una teoría sociológica madura, especialmente si es de orientación funcional-estructuralista, sin una comprensión cabal del tema de las necesidades  humanas. A este respecto, lo indispensable es comprender que con el nivel primario, tanto el hambre, la sed como  el sexo tiene aparte de su valor intrínseco, un valor simbólico, metafórico que trasciende su significación elemental. Los diferentes  “reduccionismos”, en particular el de Marx y el de Freud, pretendieron ignorarlo, pero justamente a esa anfibología se debe su éxito, temporal, como ideologías. Puede observarse que Marx basó la estructura  de la sociedad en la avidez de conservación individual primera, el hambre; Freud, en cambio, simétricamente, basó la estructura psíquica individual en la avidez genésica, que en su forma madura, heterosexual, responde a la conversación de la especie. Al parecer, según Freud, ambas avideces primarias  coinciden pristinamente en la  fase de la líbido bucal, y se diferenciarían después  -nuevo  motivo de cavilaciones en lo que una supuesta divinosidad anal cumpliría una función determinante. A don Raúl Porras le gustaba la frase: In annus libidinosum.

En conexión con algo señalado antes, debe tomarse en cuenta que la avidez genésica o libido heterosexual  es de suyo rajásica, o sea irascible, pasional, lo que tiñe todo el cuadro, donde “tamas” marca una gravidez básica, lo material, lo pesado, ligada a la satisfacción del hambre. Por lo demás, nos parece que si la correspondencia entre las tres “almas” platónicas   y las tres “gunas” hindúes no es rigurosamente exacta, según ya lo hemos sugerido, ellos se debe a que la triada hindú se conjuga mejor con la polaridad  de lo ávido y lo grávido, en suma es más compleja y más rica; pero dejemos esto por ahora allí. Por cierto, de aquí se desprenden nuevas  variaciones del tema que pueden seguir ad infinitum. En algún punto hemos de cortarlo, podríamos hacerlo ahora.

El doble eje de lo primario y lo suntuario

12. Sin embargo, “Oh! sin embargo!” decía mi maestro -siempre hay uno- se nos va quedando en el tintero una reflexión muy importante, y que está mejor en el final: in cauda venenum, me aconsejaba don Bolívar Ulloa, distinguido Embajador que fue mi jefe. No se crea el nivel primario, aunque más urgente, sea más importante en el sentido de más “necesario” que los otros niveles más altos. La escala de primaridad, etc. puede también entenderse en otro sentido muy preciso. Por ejemplo, algo tan primario como el hambre, es decir  el verdadero hambre, la hambruna, urgencia biológica radical que comprende la supervivencia misma, tiene una manifestación secundaria en  el apetito  con que normalmente ente nosotros se manifiesta esa necesidad  con una perioridicidad corta varias veces al día; y hasta una manifestación terciaria en los extremo d la gula o los refinamientos de la gastronomía. Nada más terciario que los hábitos alimenticios del gourmand o del gourmet.

Este somero análisis podría dar lugar a otros muy variados respecto de la sed, del alcohol por ejemplo, e inclusive respecto de la necesidad de respirar, como es obvio  en el uso del perfume y aromas y en otro sentido en el hábito del tabaco, la marihuana y otros en éste y otros campos, no el que menos las tradicionalmente llamadas perversiones sexuales. Así no sólo debe tomarse en cuenta las escalas de urgencia y consumtividad, sino existe una escala transversal  a aquellas coincidentes dos, la que llamaremos de “sofistificación”  o de suntuaridad e incluye, como vemos, eventuales desviaciones y perversiones, cosa harto importante.

Ahora bien, la observación que acabamos de hacer resulta asaz relevante en el mundo contemporáneo, en particular dados los altos niveles de consumo de lo que ya hace 30 años el profesor Galbraith llamó las “sociedades afluentes”. ¿En qué puede consistir esta afluencia?, sino en un alejamiento del nivel primario en la satisfacción de las necesidades. Esto me parece  un hecho comprobado y evidente día a día, pero no porque las sociedades afluentes se hayan espiritualizado ni vivan en un alto nivel sádvico; lo comprobable  es más bien lo contrario; pero al comprobarlo no quiero pasarme de profeta moralista  que condena la gran Babilonia o la Sodoma y Gomorra contemporáneas; prefiero atenerme a un rol más modesto de observador social, en la medida de lo posible científico, en todo caso, en una modalidad compatible con el trabajo profesional de toda mi vida, la diplomacia, que en el fondo nunca dejó  de ser eso, perspicacia  socio-política. Y bien encuentro que el alejamiento del nivel primario en la satisfacción de las necesidades de las sociedades de consumo contemporáneas  se produce específicamente  en la escala que llamamos de la “sofisticación”, cuyo nivel terciario en el pasado fue el “apanage” de minorías  privilegiadas, pero hoy día se ha democratizado y están muchos de sus refinamientos y exquisiteces al alcance de todo el mundo o casi, es decir, en las sociedades llamadas afluentes. Es sabido que Ortega y Gasset la diagnóstico premonitoriamente hace  más d medio siglo en su inmortal ensayo “La Rebelión  de las Masas”. Es notorio hoy día en esas sociedades cierta difusión o divulgación del refinamiento estético lo cual pasa por una forma superior de espiritualidad, y lo es en alguna media; pero no hay que olvidar cómo nuestro admirado Kierkegard execraba  lo que él llamaba la “consolación estética” cuando ella suplanta a la auténtica vida moral y a la consolación religiosa en tanto que religazón al absoluto, en las  que por lo demás reside las formas realmente superiores de belleza. Lo sublime es siempre d orden místico y el genio consiste en la capacidad de alcanzarlos. El ateísmo práctico dominante en la sociedad  contemporánea hace al refinamiento estético  compatible con el relativismo ético y hasta el cinismo, olvidando que una belleza indiferente a la verdad y al bien es en el fondo lo más feo.




Una consecuencia económica del concepto  de suntuaridad

13. So what? Esto a qué viene? Para redondear mi planeamiento permítaseme una digresión economizante. El gran debate relativamente  reciente de la macro económica entre Keynesianos  y monetaristas parece haberse resuelto incuestionablemente a favor de estos últimos. Hoy todo el mundo estará  de acuerdo que la primera enfermedad macro económica es la inflación y que es imposible combatir el desempleo sin antes dominar la devaluación de la moneda. Santo y bueno, pero, según la experiencia enseña, queda sin resolver el problema de cómo reactivar  la economía una vez domeñada la inflación, en la medida en que todavía persiste el ideal Keynesiano de buscar la ocupación plena. Aunque la política económica de Keynes, después de sus años triunfales hacia o hasta los 60’, haya sido nada al tacho colero (pero no a la espuerta de la basura), su tesis doctrinaria básica, a saber; que el equilibrio macro económico puede situarse a un nivel inferior al de la ocupación plena, esta por cierto probada ad nauseam, variante excesiva de la sociedad por los hechos.

El caso es que las sociedades llamadas afluentes conviven sin demasiada dificultad con este problema, justamente porque el apreciable  nivel desocupación no deja hasta ahora de hacerlas  afluentes. En otras palabras, la alta productividad  de la tecnología contemporánea permite que muchos consideran no tolerable. En este sentido el slump de tiempos recientes es mucho menos grave que la crisis  de los años “30, al menos por ahora. Aún  en las sociedades más afluentes hay “bolsones de pobreza“, por ellas no trascienden al juego político como la crisis de los “30 trascendió en su tiempo, y no necesitamos recordar la trágica historia. Digamos de paso que a nuestro entender Keynes ha sido superado pero no desmentido; él razonaba sobre un supuesto de escasez, ya que tal era el supuesto clásico  de la economía; ese supuesto ya no se da en las sociedades llamadas de consumo o afluentes y por eso la política económica de Keynes ya no vale,  mejor dicho, su propio éxito la ha vuelto caduca.

Me temo que nos estamos dejando llevar a una exageración de lo aportado por el profesor Keynes. Su obra fundamental de 1936 fecha e que ya estaba considerablemente avanzado el experimento transformativo de la economía nacional hecho en la Alemania nazi por el profesor Schacht, a quien en Nuremberg no se pudo encontrar culpable. Lo que Keynes explicó  fue Schacht  quien antes que su libro apareciera lo había llevado a la práctica, con lo cual sus reflexiones sonaban un poco ex post facto, aunque el proceso de celebración gestativa fuera muy anterior. En todo caso, cuando el libro apreció, su probanza factual estaba ya dada y eso, que duda cabe, facilitó su éxito. Por lo demás, los monetaristas  de hoy no pueden negar que la depresión de los años 30 solo fue resuelta en los países democráticos, y en particular en los Estados Unidos por el esfuerzo productivo  reclamado por la confrontación bélica, y aún en el aparentemente  exitoso neo-liberalismo encarnado por la directiva de la Reserva Federal de hoy, mal se puede disimular el hecho que en la actual economía norteamericana hay un fuerte componente de financiamiento deficitario. No dejemos pues que nos pases d contrabando “gato por liebre”.

Conste que no tratamos de teorizar, matemáticamente, sobre  como la ley de los mercados de Say, según la cual toda producción genera su propia demanda, puede compatibilizarse con el hallazgo  Keynesiano que el equilibrio macro económico no tiende necesariamente a la ocupación plena. Mi explicación es de otra índole  y en suma bastante sencilla: en las sociedades afluentes al alejarse la satisfacción de las necesidades del nivel primario gracias  a una creciente sofisticación de la producción y de los gustos, los reflejos macro económicos de la oferta y la demanda totales  no son los mismos que en una situación de escasez: ils s’estompent, se diría en francés, o sea ni la oferta ni la demanda total responden a los incentivos de igual manera que en una verdadera situación de estrechez. Por lo demás un supuesto de la teoría keynesiana era que el multiplicador del gasto operaba a precios constantes y este supuesto está obviamente ligado también a una situación de escasez. Es porque esa situación ya no existe en ciertas sociedades que el multiplicador del gasto en vez de comandar nueva producción y oferta, opera a precios variables, es decir redunda en efectos predominantemente inflatorios o de encarecimiento de los precios, lo que ha hecho obsoleta la política económica Keynesiana.

En buena cuenta, lo que estamos haciendo es extrapolar al nivel macroeconómico la consideración esencial y básica de toda la micro economía: la utilidad marginal, la cual como se sabe, tiende a cero cuanto más abunda el bien correspondiente, desvalorizando  consecuentemente  todo su stock. Así, la utilidad marginal de cualquier editamiento a la oferta total  en las sociedades afluentes es muy baja y esto explica  la falta de intensidad de la demanda no obstante  la liquidez de la economía  en su conjunto. Los reflejos económicos se ablandan y la economía de la abundancia funciona de manera diferente que la de la escasez. Quizá la economía en su conjunto en los países desarrollados había alcanzado  un apreciable grado de suntuaridad cuando la crisis de los años 30, cosa que en todo caso puede ser válida para la demanda efectiva monetariamente expresada en el mercado, y es posible que esto explique la evidencia demora en reabsorber la desocupación de ese extraño fenómeno. Quizá podría detallarse más nuestro planeamiento diciendo que así como para el microanálisis la demanda y la oferta son funciones del precio, en el macroanálisis hay otra dimensión de la demanda, que llamaremos “intensidad”, y de la oferta, que llamaremos “prontitud”, que son funciones ya no de un elemento medible monetariamente sino de algo eminentemente cualitativo, el grado más o menos alejado de la primaridad en la satisfacción de las necesidades, en lo que hemos llamado el sentido transversal de la sofisticación, refinamiento  que también puede tratarse como una escala de saturación. Tal es al menos la hipótesis que nos permitimos lanzar sobe la base de la idea de “sofisticación” o suntuaridad en la satisfacción de las necesidades d la sociedad afluente en lo que tiene de mas característico. Es como si el hombre no solo tuviese necesidades, sino en una segunda intención, tuviese necesidad de sus necesidades, lo que lo obliga a no alejarse demasiado del nivel primario sin incurrir en graves riesgos y perjuicios. De allí esa bendición de la misa que solía decir mi maestro, Monseñor Picher: “Señor, danos pan a los que tenemos hambre y hambre a los que tenemos pan”.

Los economistas operaron siempre sobre la base  de la hipótesis  que las necesidades humadas son infinitas; luego descubrieron el concepto de marginalidad y lo aplicaron con éxito a lo que se llama micro análisis. Hace falta completar el ciclo -a la tercera va la vencida- aplicar el criterio de marginalidad ala economía en su conjunto.

Pero el razonamiento que procede tiene una limitación: él vale para las economías afluentes y en principio solo para ellas. En consecuencia el problema de la reactivación económica en las economías no afluentes, después de domeñada la inflación, debería ser de naturaleza total y radicalmente distinta. En tal sentido, en dichas economías debe hacerse lo posible para el cúmulo de necesidades insatisfechas  y que los economistas conocen como demanda potencia, se exprese de alguna manera y en alguna medida efectiva en el mercado. Creo yo por eso que una prudente intervención estatal providente puede ser un decisivo factor de despegue de la crisis en cuanto que pone en juego un reservorio de demanda potencia que debe dejar de ser meramente tal para convertirse actualmente en un fuerte sostén de la economía. No es del caso precisar aquí ni el cuánto ni el cómo, pero de alguna manera dejemos abierta la cuestión de cual sea la solución debe ser distinta para las economías incipientes que para las desarrolladas ya sabemos lo fundamental y, creo, tenemos un criterio decisivo frente a las políticas en exceso recesivas tales como las que hoy se nos impone.

Claro que estos enfoques que aquí proponemos implicarían el abandono de la pretensión exclusiva de usa métodos puramente cuantitativos para comprender la economía. Tal apareció históricamente como una necesidad de objetividad científica que redujera al mínimo el juicio de valor y la apreciación cualitativa e esa rama el saber. Se creía que solo sobre semejante base la economía sería una ciencia rigurosa y positiva y de allí el énfasis en los métodos ecométricos tanto en el micro como en el macroanálisis. Yo no pretendo ni mucho menos subvalorar a priori esos métodos y admiro el ingenio de los modelos analíticos geométrizantes u otros, y hasta me cabe recordar que quien esto escribe es autor de un ensayo  sugerente de una cierta mensurabilidad cuantitativa del desarrollo económico (“La Medición del Desarrollo”, Antonio Belaunde Moreyra, Mercurio Peruano, Nº 19, ...-doy  esta referencia a pesar  de las erratas que dicha publicación contiene); pero a la postre nos parece que esa objetivación matematizante d la Economía, en ambicioso símil con la Física, creemos, se revela ilusoria. En todo caso, la política económica, que es en última instancia la razón de la Economía Política, su aplicación práctica, supone siempre juicios de valor y determinación valorativa de metas y propósitos; en ello  operan escalas más cualitativas de metas y propósitos; en ello operan escalas más cualitativas que cuantitativas; los razonamientos que hemos hecho tienden a justificar  y confirmar  por qué ello realmente ha de ser así, tanto peor si eso compromete el carácter científico de la economía; no compromete en todo caso lo esencial, su aportación teorética a la comprensión del comportamiento colectivo del ser humano y su correspondencia con las otras ciencias d la “comprensión en el sentido de Dilthey.

Quizá convenga cerrar el punto con una observación sobe la tendencia dominante en la economía mundial en su globalidad. Cualquiera que sea la evaluación que se haga un detalle de los hallazgos ya antiguos del Club de Roma, me parece evidente que el crecimiento exponencial de la economía iniciando hace poco  más de dos siglos  con la así llamada revolución industrial es a la postre insostenible, sobe todo por razones ecológicas. No sólo nos acercamos a una fase de crecimiento cero, sino muy probablemente ese crecimiento caro se situará, después de los necesarios reajustes, a un nivel considerablemente inferior al nivel de consumo actual. No creo que después de todo el rol casándrico del Club de Roma fuera tan prematuro. Se viene pues  un gran ajustón, al menos eso nos parece la extrapolación razonable de  las corrientes observables. Quizá la ruina no se produzca por una mera degradación de la economía, sino se precipite por un proceso conflagrativo que varias preferencias nos tienen anunciado; pero a nuestro entender la causación circular del tal fenómeno sería evidente. Sobre esta base nos consuela pensar que nuestra derivación actual muy peruana, de país “en vías de subdesarrollo”, como alguien decía, es la mejor preparación al ajustón global próximo. En nuestra filosofía providencialista las cosas no solamente suceden por algo sino para algo; esto nos lleva a pensar que el Todo Poderosos en su infinita bondad después de todo nos prepara lo mejor,  o por lo menos malo: nos adelanta una pobreza que nos hará más soportable el empobrecimiento universal venidero, para en esa forma esperar confiados el redentor milenio; pero esto en nada justifica la irracionalidad de las políticas empobrecedoras a las que se nos sometió una generación atrás en atención a fines injustificables y cuya cura exige una purga tan aflictiva que nos deja sin resuello.
Terminado este exordio macro económico, libre, Dios mediante el espejismo econométrico, podemos dar por concluido el presente ensayo.
Lima y otras partes, desde el CAEM en 1963 hasta Pentecostés de 1993 con retoques ulteriores.