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sábado, 26 de enero de 2013

NOUMÉNICO Y FENOMÉNICO

ACERCA  DE LO NOUMÉNICO Y LO FENOMÉNICO
Antonio Belaunde Moreyra
 
A la memoria
 de mi esposa Yvonne

Ha habido en Lima dos acontecimientos culturales que podría caracterizar como eminentemente filosóficos, pues los estimo de un alto interés y son ellos los que motivan y ocasionan el presente ensayo. El primero de esos acontecimientos ocurrió hace año y medio y fue un simposio celebrado en la Universidad Cayetano Heredia por iniciativa de mi amigo, el profesor Alberto Cordero Lecca quien trajo a esta capital tercermundista un conjunto de prestigiosos profesores universitarios especializados en la epistemología de la Ciencia Física y que actúan sobre todo en centros de investigación de enseñanza superior de  Estados Unidos e Inglaterra, pero también en otros lugares como Suiza, México, etc.

El tema central  de ese simposio fue explicar el estado actual de las investigaciones en materia de Física Cuántica y sobre todo en lo que se llama la búsqueda del “campo total” o también “campo unificado”, las cuales fueron iniciadas por el gran Alberto Einstein al final de su vida, sin que lograra ningún resultado que pudiera considerarse satisfactorio. Fue el profesor Shapir, de no recuerdo qué Universidad del sur de Estados Unidos, quien explicó de la manera más clara y rigurosa el estado actual de la cuestión, a este respecto intentaré ahora resumir de la manera más fiel a mi alcance lo que creí entender.

El dijo que parece asegurada la, por así decir,  consolidación de lo que desde el siglo pasado se conoce como el “campo electromagnético”, noción creada por el sabio inglés Clerck Maxwell, con otras dos fuerzas llamadas, algo paradójicamente, “fuerte” y “débil”, las cuales rigen el equilibrio interno del átomo, tal como quedó estructurado, luego de los primeros intentos de Lord Rutherford, por obra del danés Niels Bohr, y con ello las “valencias” químicas. Según entendí al exponente, esta “unificación”, por así llamarla, se presume haberse producido hasta en dos fases sucesivas a altísimas temperaturas, multimillonarias en grados, poco tiempo después del “Bing Bang”, que es la gran aportación del sabio minusválido, señor Stephan Hawking. La posibilidad matemática de este avance está determinada por el hecho de que esas tres fuerzas operan dentro de un espacio-tiempo euclidiano de cuatro dimensiones, una de las cuales es heterogénea: el tiempo, y las tres restantes son las conocidas dimensiones espaciales cuyas estructuras algebraicas o funcionales en general suelen ser descritas matemáticamente mediante el célebre descubrimiento de Descartes, la Geometría Analítica, o de las tres coordenadas espaciales llamadas justamente “cartesianas” (entiendo que también por Fermat aunque en un estilo matemático distinto).

Ahora bien, el problema del campo total o unificado es cómo integrar este dominio físico euclidiano, que se suele llamar modelo Standard,  con la cuarta fuerza cosmológica: la de la gravitación universal, cuya formulación clásica la dio Newton, pero según demostró o más bien postuló Alberto Einstein en su Teoría General de la Relatividad, no es reductible a un modelo euclidiano, sino requiere un espacio-tiempo curvo de tensores, ideado por Minkovski, noción ésta completamente imposible de intuir de manera fenomenológica en el sentido de Kant, pero cuya solvencia matemática está probada porque cualquier geometría curva es susceptible de recibir un modelo euclidiano a condición que éste tenga, si el espacio en cuestión es infinito, al menos una dimensión más.

Esto, a mi entender, es lo que hace que la imposibilidad de intuir las geometrías curvas, descubiertas primero ya hace dos siglos por Bolyai y Lobavchevski, y también al parecer por Gauss, quien es considerado el cerebro matemático más poderoso de la historia, y que fueron generalizadas en la generación siguiente o subsiguiente por otro gran matemático, alemán éste, el profesor Riemann, digo esa imposibilidad tiene algo en común con la correlativa imposibilidad de intuir los llamados espacios euclidianos n-dimensionales, o sea de más de tres dimensiones, pues, ¿por dónde se introduce el cuarto eje espacial?.

Nótese bien  que el tiempo es de suyo una cuarta dimensión pero tal como lo entiende el sentido común, resulta heterogénea respecto de las tres dimensiones del espacio en que estamos vital y existencialmente situados, y que nos es dable percibir mediante el sentido de la vista y de alguna manera cualitativamente distinta por el oído. Esa heterogeneidad radica en que mientras en las coordenadas cartesianas resulta perfectamente representable una línea oblicua respecto de uno o dos de los correspondientes ejes, yo no veo qué sentido pudiera tener hablar de un ente espacio-temporal que sea “oblicua” respecto del eje que expresa la dimensión del tiempo, si lo hay. De otro lado, para el sentido común, el tiempo es un vector irreversible, cosa que no ocurre con las dimensiones espaciales.

Bien, como toda persona medianamente enterada sabe, la teoría general de la relatividad usa un espacio-tiempo tetradimensional, según el modelo inventado por Minkovski, ya lo dijimos, en el cual se localiza, para cada observador en el cosmos, cada punto espacio-temporal mediante un “número complejo” algo distinto de los conocidos en el Álgebra clásica. Todo número complejo de los estudiados por dicha Álgebra desde el siglo XVIII es dual, o sea tiene un componente “real” en el sentido aritmético o más bien algebraico de esta palabra,  y un componente llamado “imaginario”, todo lo cual es una “construcción del espíritu” determinada por la necesidad de completar las raíces en la solución de ciertas ecuaciones polinomiales, según el grado de las mismas, tantas raíces como el cardinal que corresponde al grado (pero cartesianamente interpretables según el teorema de Demoivre).

Bien, los números físicos de Minkovski son “cuaternons”, en los que tres componentes son reales, correspondientes a las tres dimensiones del espacio, y el último, correspondiente al tiempo, se representa como un “imaginario algebraico”. Nada impediría hacer esto con un espacio euclidiano y el tiempo vectorial “absoluto” a la manera de Newton; pero la gran originalidad de Einstein fue comprender que la manera más simple y elegante de entender el hecho comprobado por el célebre experimento decisorio de “Michelson-Morley” y otros, menos famosos, o sea la constancia o invariancia de la velocidad de la luz para todo observador, era suponer que el espacio-tiempo cosmológico tiene una “curvatura positiva” en el sentido de Riemann, lo cual permitió, previas las transformaciones de Lorenz reinterpretadas por Einstein,  unificar los conceptos tradicionales de “masa inercial” y “masa gravitacional”, y varias cosas más, entre ellas la fórmula de correspondencia y transformación entre materia y energía que hizo estallar la bomba atómica.

Ahora bien, el problema es cómo unificar el campo euclidiano cuya fuerza implícitamente observable mesofísica y fenoménicamente es la electromagnética (luz, radio, televisión y todo lo que se deriva de las llamadas ondas hertzianas), y el campo gravitacional que por ser curvo da un  carácter nouménico, en el sentido de Kant, al cosmos o universo en su conjunto. Según explicó el profesor Shapir, la investigación actual se dirige a lo que se llama la teoría de las “hiper” o “super cuerdas”,     que el profesor Francisco Miro Quesada se ha encargado de divulgar entre nosotros, y que consiste en buena cuenta, en echar mano de cinco o más nuevas dimensiones no intuibles,  de alguna manera enrolladas sobre sí mismas (las que hacen un total de por lo menos nueve),  de modo que el campo unificado, o sea el universo en su conjunto, sea un sub-conjunto propio de ese espacio pluridimensional. La idea no carece de cierta paradoja porque entonces ¿qué ocurre con las partes no utilizadas de este conglomerado pluridimensional? Estamos hablando del correspondiente modelo euclidiano meta-visual.

Por cierto, esto puede ser desde el punto de vista matemático un logro sumamente interesante y formalmente impecable, aunque todavía el asunto no está resuelto. Por lo demás, se sabe que uno de los más caracterizados investigadores de los aspectos topológicos del problema es el joven estudioso judío-peruano Barton Zwiebach, quien realiza su labor en el célebre MIT (Massachusetts Institute of Technology) con sede en Boston, la histórica ciudad de la costa atlántica de los Estados Unidos, donde ocurrieron cosas tan destacadas en el proceso de la independencia de ese gran país, y donde por lo demás a la vuelta de la esquina, por así decir, se encuentra la no menos célebre Universidad de Harvard. Todos esperamos que tarde o temprano nuestro mencionado compatriota termine por recibir el Premio Nobel de Física, aunque acaso haya de compartirlo con alguno de sus compañeros de aula, o de labor.

Yo he tenido hace un tiempo algún intercambio epistolar con Barton Zwiebach gracias a amistades comunes, en particular su hermano, que es un joven arquitecto a quien se promete una fructífera carrera profesional en Lima. Lo que me permití decirle a este amigo corresponsal, a quien no he tenido aún el placer de conocer personalmente, es que quizá no sea menos interesante que el éxito en la investigación que él está realizando hacia la teoría de las super o hiper cuerdas con su topología de al menos nueve dimensiones, digo, no menos interesante que eso sería reconocer la incompatibilidad en el estado actual del problema, y del mundo, de los “dos campos”, el electromagnético y el gravitacional, lo cual tiene una implicancia evidente: entre ambos campos espacio-temporales debe haber una “paralaxia”, noción que tomo de la visión binocular que caracteriza al ser humano y algunos otros animales, y significa que ambos campos no se superponen de manera completa.

Aquella paralaxia es lo que hace justamente posible la percepción visual del volumen y de la perspectiva, cosa que ha dado desde hace tiempo lugar, en el nivel técnico, como bien se sabe, a la fotografía “estereoscópica” y auditivamente a la alta fidelidad estereofónica. Me es indeleble el recuerdo de la grata sorpresa que me causó una vista estereoscópica de la fachada de la Catedral de Milán, que me fue mostrada, antes que yo fuera un adolescente, por mi amigo y vecino, algo mayor, el mismo que llegaría a ser el Reverendo Padre Juan José Frisancho (quien también me enseñó a jugar ajedrez, y sin duda es el santo cholo que nos hace falta).

Ahora bien, la paralaxia entre el campo electromagnético y el campo gravitacional obviamente existe, aunque nuestros sentidos sean insensibles a ella; pero sí son sensibles a esa paralaxia  los extraños aparatos que constituyen el instrumental de los laboratorios de Microfísica, y eso es lo que permitió que otro gran sabio, el alemán Max Planck, descubriera y midiera, en histórica ciudad de la costa atlántica de los Estados Unidos, donde ocurrieron cosas tan destacadas en el proceso de la independencia de ese gran país, y donde por lo demás a la vuelta de la esquina, por así decir, se encuentra la no menos célebre Universidad de Harvard. Todos esperamos que tarde o temprano nuestro mencionado compatriota termine por recibir el Premio Nobel de Física, aunque acaso haya de compartirlo con alguno de sus compañeros de aula, o de labor.

Yo he tenido hace un tiempo algún intercambio epistolar con Barton Zwiebach gracias a amistades comunes, en particular su hermano, que es un joven arquitecto a quien se promete una fructífera carrera profesional en Lima. Lo que me permití decirle a este amigo corresponsal, a quien no he tenido aún el placer de conocer personalmente, es que quizá no sea menos interesante que el éxito en la investigación que él está realizando hacia la teoría de las super o hiper cuerdas con su topología de al menos nueve dimensiones, digo, no menos interesante que eso sería reconocer la incompatibilidad en el estado actual del problema, y del mundo, de los “dos campos”, el electromagnético y el gravitacional, lo cual tiene una implicancia evidente: entre ambos campos espacio-temporales debe haber una “paralaxia”, noción que tomo de la visión binocular que caracteriza al ser humano y algunos otros animales, y significa que ambos campos no se superponen de manera completa.

Aquella paralaxia es lo que hace justamente posible la percepción visual del volumen y de la perspectiva, cosa que ha dado desde hace tiempo lugar, en el nivel técnico, como bien se sabe, a la fotografía “estereoscópica” y auditivamente a la alta fidelidad estereofónica. Me es indeleble el recuerdo de la grata sorpresa que me causó una vista estereoscópica de la fachada de la Catedral de Milán, que me fue mostrada, antes que yo fuera un adolescente, por mi amigo y vecino, algo mayor, el mismo que llegaría a ser el Reverendo Padre Juan José Frisancho (quien también me enseñó a jugar ajedrez, y sin duda es el santo cholo que nos hace falta).

Ahora bien, la paralaxia entre el campo electromagnético y el campo gravitacional obviamente existe, aunque nuestros sentidos sean insensibles a ella; pero sí son sensibles a esa paralaxia  los extraños aparatos que constituyen el instrumental de los laboratorios de Microfísica, y eso es lo que permitió que otro gran sabio, el alemán Max Planck, descubriera y midiera, en  conglomerado multidimensional, no por vacío menos masacótico,  en el sentido de intelectualmente impalatable, peor que una pastasciutta recalentada. Sobre esta base, la teoría de las hipercuerdas viene a ser según me parece menos interesante que la simple comprensión de la paralaxia microfísica entre los dos “campos”, el gravitacional y el electromagnético, comprobada irrecusablemente por la vía experimental, que llevó a constatar y medir la constante de Planck.

Claro que a este respecto haría falta una comprobación adicional, a saber: que la constante de Planck no debe ser lo que se llama un “número algebraico”, o sea, no ha de servir como raíz para ninguna ecuación polinomial ni formar parte del conjunto de raíces de ningún sistema de tales ecuaciones simultáneas, pues de esa manera una o algunas de esas ecuaciones serían privilegiadas. En otras palabras, la constante de Planck debe ser lo que desde los tiempos de Cantor se llamó un número “trascendente”, como son los célebres números pi y e que están en la base de las llamadas funciones trigonométricas, el primero, y las exponenciales y logarítmicas, el segundo. No hace falta aquí que entremos en mayores precisiones. Por cierto, ésta hipótesis mía se la comuniqué   epistolarmente   al   amigo  Barton.

Ahora bien, vista de esta manera, la constante de Planck viene a ser el correlato microfísico de la constante macrofísica llamada de Einstein, o sea la invariancia de la velocidad de la luz. Yo no sé si a alguien se le ha ocurrido esta idea antes; me parecería en efecto perfectamente natural que así fuera, pero en todo caso yo he llegado a tal hipótesis por mi cuenta, sin saber más física que la accesible en los libros de divulgación, ni más matemática que la indispensable para darme cuenta que todo ese fatras es algo perfectamente racional e inteligible, si bien no intuíble fenoménicamente (los matemáticos dicen “consistente”), sin necesidad de entrar en demasiados detalles técnicos, ni hacer los interminables ni aburridísimos ejercicios (aunque en puridad de verdad, no todos esos ejercicios son aburridos).

Es aquí donde debo aludir el segundo evento intelectual ocurrido en Lima, éste mucho más reciente: son dos conferencias que acaba de dar en el Instituto Cultural Español el profesor de esa nacionalidad Antonio Escohotado. No voy a referirme a todo lo expuesto por dicho pensador,  sino sólo a lo que encuentro particularmente valioso y significativo, y eso es lo que concierne a su manera de apreciar la epistemología científica hoy en boga.

El profesor Escohotado considera que el significado prístino de la palabra “teoría” en el pensamiento griego clásico aludía a la virtud de “iluminar” el entendimiento, o sea “teoría” es lo que permite entender el mundo o lo que fuere según el objeto bajo estudio. Pero hoy en día, dice el profesor, teoría no es eso; teoría es un constructo de matemática formalizada perfectamente inintuíble, pero que al menos tiene la virtud de no quedar contradicho por hechos experimentalmente comprobados en los laboratorios, muchos de estos inmensamente complejos y costosos, donde supuesta una enredadísima formalización abstracta, se llega a lo que es hoy la verificación, o en su oportunidad, la “infirmación” científica, cuando la expectativa no resulta confirmada. Esto es en suma lo que programa la tan manoseada “Epistemología” del profesor Popper, recientemente fallecido, sobre la que yo por mi parte tendría algo que agregar (Reichenbach), pero me abstengo por ahora. En todo caso, resulta ostensible que el pensador español, a quien escuché hace unos días, no tiene reparos en bajarlo de su pedestal y ponerlo en un recoveco más modesto en el histórico “Campo Santo” de la ciencia y la filosofía.

En criterio de Escohotado una semejante “contrapción” matemático conceptual, si se permite usar la elocuente expresión anglosajona, puede quizá ayudar a manipular  en laboratorio lo físicamente dado, aunque, según dicho profesor, los últimos hallazgos de ciencia física tecnológicamente útiles, tales los transistores y las células fotoeléctricas, no tuvieron mucho que agradecer a las elucubraciones físico-especulativas a la moda el día de hoy y fueron hechas por ingenieros y operarios cuyo nivel científico era más bien elemental. En todo caso, en cuanto a entender la actual concepción de lo que es válido en teoría físico-matemática no sirve pragmáticamente para nada, a juicio del referido conferencista, pues, por ejemplo, ¿qué nos permite entender una teoría del campo unificado para cuya corrección formal hace falta echar mano de por lo menos cinco dimensiones “extra” completamente inintuíble?

Ese razonamiento por cierto tiende a darme la razón. Para ponerlo en mis propios términos, y vista la correspondencia de las geometrías curvas con las euclidianas de mayor número de dimensiones, es decir una vez satisfecha la inintuíble condición plusquamdimensional, resulta que el campo unificado, o sea el universo o cosmos macrofísico sería un subconjunto inscrito en un
a tal orden de pensamiento científico-biológico. Ya era tiempo!

Las reflexiones que preceden, si me es permitido decirlo, me confirman en mi fe religiosa católica que enseña la infinita sabiduría del Dios creador, dogma que por lo visto también está en la base de la creencia en la intrínseca racionalidad del mundo que inspiró a Copérnico, Galileo, Descartes, Kepler, Newton et all (Koyré). Yo me permito pensar que el campo electromagnético o mejor el modelo Standard, es euclidiano-tridimensional no tanto por haber sido alojado arbitrariamente en un tal espacio-tiempo por el Dios creador, sino en razón de cierta tectónica característica de las tres fuerzas que, según ya vimos, lo determinan.

Pero a su vez el espacio-tiempo curvo de Einstein obedece a una consideración que se me antoja fundamental en el acto creador, iluminado por el Verbo Divino, y esa consideración es la necesidad de superar lo que los físicos llaman “la relatividad clásica”, o sea que las “escalas” espacio-temporales del mundo puedan ser arbitrariamente diferentes. Para ello era necesario introducir una invariancia en las posibles correlaciones de las escalas o coordenadas de las dimensiones   espaciales   con   la   temporal   no Zwiebach. No sé si ella puede ser objeto de una comprobación computacional o de cualquier otra índole, si preferimos no usar la clásica noción de “naturaleza”. En todo caso, me parece necesario que ella no sea contradicha experimentalmente.

Pero hay algo más. La Física Cuántica tiene otro principio no menos fundamental que el de “complementariedad” ya aludido. Me refiero al llamado “principio de indeterminación” que formuló otro gran sabio, el profesor Heisenberg. No hace falta precisar en más detalle en qué consiste la expresión físico-experimental de este principio, salvo que él resulta  del carácter estadístico o estocástico de las leyes de la microfísica; baste señalar el hecho, filosóficamente importantísimo, que él tiende a colocar en el tacho colero todo el viejo prejuicio del determinismo físico-matemático que fue el caballito de batalla del un tiempo famoso dictador intelectual del positivismo fisicalista, señor Littré (cuya mayor contribución intelectual sin embargo es de orden totalmente distinto, pues consistió en un célebre diccionario de la lengua francesa que hoy está pasado de moda en su versión original (pero exigió un inmenso océano de conocimientos sin demasiada profundidad). El propio Alberto Einstein era un convencido del determinismo  físico-matemático  (Dios  no  juega  a los dados), pero ello por razones metafísicas derivadas del apego al racionalismo de su maestro judeo-holandés Baruch Espinosa, de quien hizo su mentor espiritual. Aquel sabio del racionalismo postcartesiano era, como el gran pintor Rembrandt, habitante de Ámsterdam, y entiendo fueron amigos, lo que hizo posible que nos llegara su meditativa imagen, que creo haber visto en el Museo Real de esa ciudad. Se atribuye a Espinoza esa espléndida aliteración, que es al mismo tiempo una metáfora:

        “La luz es la sombra de Dios”

En resumen, de todo lo dicho se infiere que tanto el macrocosmos como el microcosmos son nouménicos en el sentido de Kant, idea que para él, si viviera, le sería seguramente insoportable, puesto que,  como es sabido, su monumental “Crítica de la Razón Pura” no tuvo otro propósito que fundamentar gnoseológica y fenoménicamente la Física y la Mecánica celeste de Newton, tal como habían llegado a consolidarse en su tiempo (Laplace, Lalande). También aquí habría mucho que agregar, pero dejémoslo para otra ocasión. En todo caso, nos permitimos creer que allá en el otro mundo, donde sin duda alguna el gran Immanuel sigue meditando todavía “con el puño en la mejilla” como lo pintó Antonio Machado, todo eso le debe parecer mucho más plausible. Otrosí digo, entre el macrocosmos y el microcosmos hay un mesocosmos que en sí es perfectamente fenoménico dentro de los límites neurobiológicos de nuestros cinco sentidos.

Cierto, ya no es el cosmos, sino el mundo o universo en que vivimos esta vida, en parte regalada, en parte trabajada, y que cada uno de nosotros cuenta según cómo nos vaya en ella. Es en este mesocosmos donde insurge la vida, quiero decir la realidad vital estudiada por las ciencias biológicas, regidas al parecer por nuevas matemáticas estocásticas o markovianas, cuya expresión más notable es la llamada “geometría de los fractales”, que por cierto el profesor Escohotado nos explicó con lo que me pareció ser un rigor y brío notables. También el doctor Miro Quesada se ha ocupado de divulgar entre nosotros esta temática. En buena hora. Por lo demás, al quedar descartado científicamente el prejuicio determinista queda a su vez abierto el camino a una comprensión “creacionista” del proceso conocido como la “evolución biológica”, tal como nos la propusieron progresivamemente dos grandes pensadores franceses cuya idea va de Henri Bergson al jesuita Teilhard de Chardin. La Cátedra de  San  Pedro ha terminado por dar su visto bueno intentar, y no cualesquiera sino los más grandes, y aún a veces pienso que hay aquí un arcano enigma que el poder creador de la divinidad se guarda para sí, y quizá revelará algún día, si nos concede la gracia de poder mirar su rostro, como nos lo ha prometido a quienes no se niegan a ser iluminados por él. Tendrá eso que ver con el polémico misterio de la predestinación y de la gracia?!

Lima, San Borja, 28 de Noviembre del 2004.
Domingo Primero de Adviento.

Postscriptum (b)

Si intentásemos una descripción fenomenológica husserliana del vector temporal, pero menos cualitativa que la de San Agustín o la “duración” de Bergson, es decir desde el tiempo físico o del reloj, él sería el avance o traslación lineal, continua y constante del cero, centro, encuentro o cruce de las coordenadas cartesianas espaciales en la punta de ese vector, o sea progresiva y sucesivamente. Al menos, creo que así vivimos los occidentales, cristianos o no, a raíz de la revelación judeo apocalíptica y escatológica.

Si el tiempo cíclico característico de las civilizaciones   pre-cristianas   o   extra   bíblicas obstante su diversificación para los diferentes observadores en el universo. Esta invariancia que se parece a la noción algebraica de “valor absoluto”, está físicamente determinada por el postulado de Einstein sobre la constancia de la velocidad de la luz. De allí mi sospecha que la búsqueda del campo total ha de ser quizá infructuosa.

Fructífera es en cambio la paralaxia entre los campos gravitacional y electromagnético que al causar cierto indeterminismo microfísico abre el paso a la vida, nuevo nivel de la creación. A su vez, abrigo la esperanza que algún día se demuestre una indeterminación biológica que abra el paso nocionalmente a la mente o psique, y por último, al espíritu, o sea, al llamado del hombre a ser hijo de Dios y partícipe de la vida divina. En todo caso, este modo de pensar demuestra concluyentemente que ser un libre pensador no impide tener la fe del carbonero.

A mayor abundamiento, me hago la ilusión de que al haberme sido dado el poder formarme una idea pasablemente clara de todo esto, ya no necesito darme el trabajo de estudiar a fondo dando mayor preferencia ni a la Física ni a la Química, ni a cosas por el estilo, y puedo, por ejemplo, dedicarme a otras quizá más interesantes, como entender la pintura y la música clásicas, cuyo gozo está para mí íntimamente unido a la fenomenicidad intrínseca y congénita inteligibilidad del mesocosmos, pero esto es asunto que se podrá explicar en otra ocasión. Entre tanto, permítaseme recordar el epígrafe de una bella película que ví cuando era todavía muy joven y que consistía en la siguiente dedicatoria:

“A las siete artes que cantan y bailan
y conservan verde este valle de lágrimas”

Lima, 13 de agosto de 1997
(con retoques y aditamentos)

Postscriptum (a)

El razonamiento precedente, o conjunto de ideas, no pretende minusvalorar las intensas investigaciones que se efectúan en Boston y otras partes del mundo acerca de la llamada Teoría de las hiper o supercuerdas, pues, pienso yo, lo que creo ser la paralaxia en el buscado campo total, tal como hoy es en el cosmos, no excluye que en su origen, muy cerca del Big Bang, el llamado modelo estándar de las tres fuerzas euclidianas pudiera haber estado unido a la fuerza gravitacional, es decir, fueron las cuatro en un prístino principio una sola, que es lo que ellos están tratando de demostrar, y que queda por saber si resultará o no a la postre demostrable; yo no pretendo erigirme contra esa posibilidad pero me permito suponer que para entender el mundo, o mejor, el cosmos, tal como actualmente existe, es necesario tomar en cuenta el concepto que propongo de paralaxia, entre el campo euclidiano del sistema estándar y la fuerza espacio-temporalmente curva de la gravedad.

Incluso, a veces me asiste la duda de si acaso el modelo determinista, que por su parte buscó Einstein, consecuente con su inspiración spinosiana, y que requiere a su vez varias dimensiones extra, pueda a la postre ser comprobado, y seguramente ésta doble comprobación, por ahora lejos de alcanzar,  están recíprocamente entrelazadas; pero de nuevo, ellas no corresponden a una descripción del cosmos tal como es hoy, sino a su remoto origen, del cual el cosmos, de una manera que yo no puedo comprender por ahora, se ha diferenciado estando hoy dominado por el principio de la paralaxia.

Hasta aquí puedo agregar; pasado este punto,  esto  que  sólo los sabios pueden permitirse intentar, y no cualesquiera sino los más grandes, y aún a veces pienso que hay aquí un arcano enigma que el poder creador de la divinidad se guarda para sí, y quizá revelará algún día, si nos concede la gracia de poder mirar su rostro, como nos lo ha prometido a quienes no se niegan a ser iluminados por él. Tendrá eso que ver con el polémico misterio de la predestinación y de la gracia?!

Lima, San Borja, 28 de Noviembre del 2004.
Domingo Primero de Adviento.

Postscriptum (b)

Si intentásemos una descripción fenomenológica husserliana del vector temporal, pero menos cualitativa que la de San Agustín o la “duración” de Bergson, es decir desde el tiempo físico o del reloj, él sería el avance o traslación lineal, continua y constante del cero, centro, encuentro o cruce de las coordenadas cartesianas espaciales en la punta de ese vector, o sea progresiva y sucesivamente. Al menos, creo que así vivimos los occidentales, cristianos o no, a raíz de la revelación judeo apocalíptica y escatológica.

Si el tiempo cíclico característico de las civilizaciones   pre-cristianas   o   extra   bíblicas subsiste es como una serpentina o espiral que envuelve ese vector y no lo toca, si bien se proyecta verticalmente sobre cualquier plano que la recta recorrida por el sector divide en dos semiplanos, determinando una curva sinusoide correspondiente por ejemplo a las estaciones del año cronológico y también el litúrgico. Puede sin duda también pensarse en longitudes de onda menores o mayores: semanas, lunas, años, siglos, etcétera, etcétera. Claro que de esta visión metafísica del tiempo no se ocupan los físicos sino los teólogos y filósofos.

Puede pensarse que lo dicho vale para el tiempo absoluto de Newton, pero yo lo entiendo también válido para el tiempo relativista de Einstein, al menos como lo vivido por cada observador del universo. Todo observador percibe la dimensión del tiempo de una manera positiva, hacia adelante, jamás negativa o en regresión, aunque la temporalidad de cualquier “evento” varía para los  diferentes observadores. De allí la prospección o proyección del presente al futuro dejando atrás el pasado, cosa que vale para todos con mayor o menor apremio o lentitud.
Creo haber entendido así la concepción de “evento” en Alexander y Whitehead (La ciencia y el mundo  moderno),    que    suponen   la   relatividad einsteniana. En eso consiste la irreversibilidad del tiempo.
Lima, San Borja 28 de diciembre del 2004
(Día de los Inocentes)

Post scriptum (c)

La epistemología de Reichenbach (Experiencia y predicción), consecuente con su antimetafísica común a todos los empiristas lógicos, es también veritacional como la de Popper; más aún, según los empiristas “el sentido” de las proposiciones depende de la constancia meramente empírica de su verificación. Por cierto esto me parece un paralogismo, pues para verificar una proposición hace falta entenderla antes, o sea, captar su sentido. Sin embargo, la posición de Reichenbach es interesante, al menos dialécticamente, pues propone una interpretación neobaconiana del razonamiento lógico por inducción. Para él la inducción no lo es de una teoría de causalidad sino la predicción de la frecuencia empírica no contradicha entre dos eventos, el antecedente y el, así llamado todavía, consecuente.

Así como dijo Escohotado, la teoría física no sería tal y su valor sería sólo probabilísticamente utilitario, cosa que ya vimos no sucede con la macrofísica actual. Por mi parte considero que la inducción es la comprobación empírica probabilísticamente no contradicha de una relación causal teórico-hipotética y de sus consecuencias lógicamente deducibles y por lo tanto susceptibles de verificación experimental. De otra manera la expectativa empírica imaginada por Locke, Hume, etcétera, no tendría fundamento alguno.

Así, frente al juicio sintético a priori de Kant habría a mi entender un probable juicio analítico a posteriori, que es el verdadero contenido de la ciencia, en tanto que teoría. Tratándose de microfísica, cuyas leyes son estadísticas,  eso significa la no denegada probabilidad estadístico-experiencial, de una ley causal postulada, ley que a su vez es también la característica probabilidad estadística de los fenómenos observables.

De este modo, el analítico a posteriori que suena un disparate no lo es, sin que por eso deje de valer la categoría kantiana del sintético a priori, al menos como primera aproximación a la construcción de una teoría. La probabilidad estadística del microcosmos llega a valer 1 o sea se convierte en certidumbre para el mesocosmos. Entiéndase que la certidumbre probabilística en el mesocosmos  se  manifiesta  por  de  pronto  en los tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso, a lo que algunos agregan el coloidal. Lo demás cae por sí mismo, según la física clásica.

Lima, San Borja 14 de Enero del 2005
(Víspera de la Epifanía)

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