Vistas de página en total

lunes, 1 de abril de 2013

MEDICIÓN DEL DESARROLLO

LA MEDICIÓN DEL DESARROLLO
Antonio Belaunde Moreyra


Hace algunos años tuvo lugar una prolongada y pluripartita polémica periodística pero en la que se discutió si el país se hallaba o no en la franca vía del desarrollo económico. Poniendo de lado matices individuales y otros pormenores, los bandos en la polémica venían a ser dos, uno liberal, o conservador, que para el caso da lo mismo y otro que podríamos llamar de vanguardia, o izquierda, aunque no necesariamente la extrema. Los derecha sostenían, basándose en los datos de la contabilidad nacional, el Perú venía haciendo muy apreciables progresos en cuanto al incremento de sus actividades productivas, y que ello a la relativa estabilidad monetaria era indicio seguro de que el país comenzaba lo que se ha dado en llamar un proceso de "despegue" del su desarrollo económico, si acaso no se hallaba bastante avanzado en el mismo. El bando opuesto, en cambio, sin pretender desconocer esos hechos, subrayaba ciertos rasgos estructurales de la economía peruana, en particular los tocantes a la estructura de la distribución. En tal sentido sostenían que mientras el incremento del ingreso per cápita no se produjese en un incremento sensible del ingreso de las grandes masas populares, podría decirse que el país había entrado en una verdadera fase de desarrollo. En suma, la polémica, aunque referida al Perú incidirá más bien en la cuestión general de que ha de entenderse por "desarrollo" de una comunidad nacional: el mero crecimiento cuantitativo de su economía, o eso, acompañado por la distribución equitativa del producto global.
Valgan verdades, nuestro modo de plantear la alternativa es un tanto simplista; pero resulta útil siempre que sea razonable suponer que a una distribución más equitativa acompaña de suyo un progreso social, cultural, antropológico en fin, que es lo que la tesis de vanguardia tenía en realidad en mente.
Como quiera que ello fuere, y así suele suceder en las polémicas, es el hecho que no hubo acuerdo, y poco a poco la discusión se extendió como cierta antigua batalla, a falta de combatientes, cierto que no por muerte heroica sino por simple fatiga o empacho dialéctico. A espectadores, o lectores, tal que el suscrito, y acaso el público general quedó rondando en mente la impresión de que sin perjuicio de su interés, aquella polémica había sido un tanto ociosa y que lo sería cualquier otra mientras no se procura de superar la etapa de las apreciaciones cualitativas, y se intentase una expresión cuantitativa, sencilla y razonable a la vez, del papel que desempeñan los factores señalados en el desarrollo económico y social. Y bien, llevado de esta impresión, y hasta preocupación, el suscrito ha seguido rumiando la idea, y viene así, al cabo de muchas cavilaciones y varios intentos fallidos, ofrecer al público el resultado de sus afanes. Lo hace no con el espíritu polémico sino más bien ecléctico, pero eso lo verá el lector en lo que sigue.

La fórmula general del desarrollo
Un esquema o un modelo cuantitativo, cierto que simplificado, del desarrollo económico, para que cumpla el cometido que nos interesa, nos parece que habría de revestir en principio la forma hebraica siguiente.
D=Mcd
donde M es la renta per cápita, o ingreso medio, más exactamente, media aritmética ponderada de la distribución de la renta o ingreso nacional entre la población durante el período bajo estudio; c es un indicador ponderadora del crecimiento de la capacidad productiva durante ese periodo; y d una medición de la equidad, o inequidad, como se quiera, en la distribución de la renta. D está por "desarrollo", la magnitud por medir.
La necesidad de incluir el factor M nos parece obvia. En efecto, la renta per cápita suele ser la primera aproximación a una medida cuantitativa del desarrollo. Ella pretende expresarlo en términos de beneficio al individuo representativo, en cierto modo, un tanto abstracto, de la colectividad. Claro que el individuo promedio en cuanto al goce de la renta suele ser notoriamente atípico, y de otro lado, el ingreso monetario no da cuenta de los aspectos dinámicos, y espectaticios de su situación. Tales son, por lo demás, las bien sabidas limitaciones de la renta per cápita en cuanto que indicador económico. Pero nuestra tarea no puede empezar desechando esa primera aproximación, si no consiste, justamente, en reajustar la con coeficientes que den cuenta de los factores que ella ignora. Tales han de ser los índices c y d. Se ha de obtener así una segunda aproximación, tampoco perfecta, y acaso no muy diferente, aunque bastante más segura, esperemos, que es lo que nos interesa.
Obsérvese ahora el factor M es una cuantía monetaria, en tanto que los factores c y d han de ser coeficientes reajustadores de M, es decir, no monetarios, sino relacionados a una unidad de medida propia del criterio con que se les mire. Esto nos impone una condición. El producto
I=cd
al que nos complacemos en proponer el nombre de "impulso económico social", ha de ser una magnitud, un coeficiente, a su vez, en el doble sentido de la palabra, significativo desde el punto de vista de la teoría del desarrollo. Así los factores c y d no pueden definirse el uno indiferentemente al otro, si no han de formar un todo congruente, equitativo en la distribución de la eficacia reajustadora entre ambos.
En contrapartida, la condición señalada nos ofrece una apreciable ventaja. El valor D resulta ser una magnitud cuasi monetaria. Su unidad de medida sería, en el Perú, una especie de "sol-desarrollo", que mediría no ingreso real contante y sonante; pero si un grado de presunto bienestar, o malestar, colectivo y tendencial de la Comunidad. Como término de referencia, él haría posible la comparación entre estadios sucesivos de desenvolvimiento del país, habida cuenta de la devaluación de la moneda; y habida cuenta es exacta paridad externa, permitiría comparaciones internacionales.
Pero no adelantemos elogios de un índice del desarrollo que aún queda por definir. Por lo pronto anotemos que los factores M, c y d no sólo han de ser definible abstracto, sino efectivamente mesurables en los países a que el índice quisiera aplicar. En cuanto al primero no hay problema. Sabemos que M= R/P, donde R es la renta nacional o ingreso neto de la colectividad en el año dado, y P su población en el mismo. El valor M tendrá exactamente el mismo grado de incertidumbre que la contabilidad y estadística sociales respectivas nuestro problema consiste, pues, en definir los factores c y d acuerdo con las exigencias impuestas por el índice.

Definición del índice de crecimiento
A primera vista el índice c podría obtenerse de la comparación de los grandes agregados macroeconómicos, en particular la renta nacional, en dos períodos sucesivos. Pero esta operación tan sencilla, expresable en la fracción, normalmente superior a 1 R1/R0, aparte de que sería difícil de combinar con el índice de distribución que tenemos en mente, no es lo que realmente interesa.
Nos interesa basarnos en algo más perdurable que el balance, más o menos feliz ejercicio económico. Eso durable no puede ser otra cosa que la nueva capacidad productiva incorporada a la estructura de la economía en cuestión, es decir el grado de capitalización en el período bajo estudio. En este punto nos viene en ayuda el conocido modelo de Harod-Domar. Como se sabe, dichos autores estudiaron el problema de la dinámica macroeconómica, basándose en la concepción keynesiana del multiplicador para investigar las condiciones de estabilidad o continuidad de una coyuntura alta. Para nuestros fines la problemática misma no nos interesa mucho, pues parece de una relevancia menor, o colateral, en el análisis de las economías insuficientemente desarrolladas; pero al menos un componente del modelo nos es altamente significativo. Se trata, en efecto, del valor G, de “growth”, crecimiento, al que:
G=Ya
Donde Y es la inversión fija neta, es decir la parte de la inversión fija no consistente en reposición del capital usado; y a es la relación marginal producto-capital que rige en la economía bajo estudio, vale decir, una razón cuyo denominador es una cuantía marginal, o incremento, de capital invertido, y el numerador es el correspondiente incremento potencial del producto.
Reconocemos que desde el punto de vista de su mesurabilidad, el índice G ofrece dificultades en países en desarrollo, o sea, las ofrecen sus componentes. En cuanto al valor Y, no es fácil delimitar la parte de la inversión fija que puede tratarse como reposición de capital antiguo. Las reservas de amortización distan mucho de ser su equivalente seguro. Con todo, aquí se tropieza con una dificultad general en dichos países, no como una específica del índice: la relativa incertidumbre de la contabilidad social. En efecto, el valor Y es un sumando importante en la renta nacional vista como gasto, y en una presentación contable completa, el monto de la reposición de capital debe ser cuantificado, puesto que es la diferencia entre el producto bruto y el neto en suma, en lo que a Y respecta podemos remitirnos a la cresibilidad asignable a los agregados macroeconómicos.
En cuanto al valor a los tropiezos son algo mayores. Ya en los países altamente desarrollados resulta difícil de calcular, puesto que la productividad de las inversiones varían según su naturaleza: no es la misma en la construcción que en la agricultura, o en la industria. Suponemos que en principio el problema se resuelve interpretando el concepto de productividad como rentabilidad, presuntas condiciones de competencia en el mercado que no los hagan diferir sensiblemente. Aun así, entendemos, el valor de a ha de ser, por rara que parezca la expresión, un índice de productividad marginal-promedio. Ahora bien, aparte de eso, en los países subdesarrollados, la productividad real de las inversiones puede ser distorsionada por rentabilidades especulativas, originadas, por así decir, en limitaciones estructurales del mercado. El obstáculo es, pues, grave, y ni modo de disimularlo; pero ¿es insalvable? A esta altura sólo nos cabe confiar que no, mediante estudios muy serios hechos sobre terreno.
Absuelta, pues, como mejor podemos la dificultad precedente, sigamos. El valor G es una expresión monetaria: contra el dinero del incremento potencial del producto a que ha sido capacitada la economía mediante la inversión fija neta durante el periodo en consideración. En consecuencia, para obtener nuestro índice no monetario c necesitamos poner a G en relación, o comparación, con otro valor monetario que sea pertinente a nuestro propósito. Felizmente hay a mano uno que lo es, y mucho. En efecto, cualquiera que sea el objetivo máximo de una política de desarrollo, el objetivo mínimo es que la renta per cápita no disminuya. Para ello, dará una renta nacional R en el último resquicio, puesto que, según se haya averiguado, al cabo de un año es de esperar un incremento de la población de orden porcentual q, por ejemplo, q=0,032 si el incremento demográfico previsto es del 3.2%, entonces hará falta multiplicar R por q. Tal producto es el término de la comparación obvio para el valor G. En suma, proponemos la siguiente definición:
c=G/(Rq)
De resultas de esta definición el índice c se situará alrededor del valor uno. Si G es menor que Rq se dará el caso que c sea una fracción comprendida entre cero y uno, a lo que significará que el incremento del producto potencial fue menor que el necesario para mantener constante la renta per cápita. Pero obsérvese bien que un término de la relación es producto potencial. El producto efectivo a bien podría haber aumentado lo suficiente, y no haber decaído la renta per cápita, siempre que se hubiera usado capacidad productiva antes desocupada, procedente de ejercicios previos. Con todo, el caso descrito resulta en la práctica poco frecuente. Lo es más el caso opuesto, que c supere a uno, y aunque se acerque a dos. Empero, resulta improbable que un país en desarrollo, usando básicamente sus propios recursos, mejore el valor c=2, aunque alguna vez pueda ello suceder. Decimos esto a modo de apreciación general del índice c propuesto.

Notas complementarias
A esta altura hace falta tomar en cuenta ciertos reparos posibles a nuestra definición. En primer término puede objetarse que si, como hemos advertido, el valor R está sujeto, en los países en desarrollo, a variaciones accidentales de año en año, más lo estará el valor c  , dependiente como es de la inversión neta. La objeción es válida pero siempre habrá un modo técnico de darle satisfacción. Por ejemplo, podrá sustituirse al factor c en la definición del índice D por un factor c´, al que sea igual al promedio de los valores c de los últimos años, o a tal promedio promediado, a su vez, con el valor c del último año. En fin, el lector es libre de escoger la variante que más le agrade.
En segundo lugar puede objetarse que el índice c no toma en cuenta consideraciones de equilibrio, y eso en un triple sentido: equilibrio intersectorial, equilibrio inter-regional, y equilibrio en el crecimiento mismo, en el sentido de Harrod y Domar.
En cuanto a lo primero, la objeción es cierta; por desgracia no parece haber un método suficientemente simple, ni aplicable con suficiente generalidad, para expresar en una cifra una situación dada, satisfactoria o no, de las relaciones intersectoriales de una economía. Al menos el suscrito no lo conoce aún. Esto no implica que dichas relaciones sean de importancia secundaria, mucho menos en países en vías comparativamente iniciales de desarrollo. Implica, simplemente, que ante la imposibilidad técnica, al menos nuestra, hemos de resignarnos.
En cuanto a lo segundo cabe señalar que los desequilibrios interregionales redundan en desigualdades en la distribución del ingreso, siempre que se tome a ésta no tanto en el sentido de la teoría clásica de la distribución por factores de la producción, sino en el sentido más bien sociológico que se suele analizar mediante las conocidas curvas de Lorenz, de Pareto, etc. Así, si logramos definir el índice de distribución de un modo afablemente satisfactorio, el dará cuenta de esta clase de desequilibrios, e incluso valen lo mismo para los intersectoriales, en la medida en que se manifiestan en perturbaciones del ingreso de algún sector.
Queda el tercer aspecto, el equilibrio en la expansión misma, o en la continuidad de la coyuntura. Observemos que se trata de moderar la inversión de modo que no genere capacidad excedentaria, y una consiguiente contracción de la inversión en ejercicios posteriores, la cual, amplificada por el efecto combinado del multiplicador y el acelerador macroeconómicos, tendrían resultados deflatorios. El razonamiento es obviamente válido para los países altamente desarrollados; pero queda por saber cuál sea su vigencia para los que se encuentran en vías más o menos iniciales de desarrollo. En estos hay siempre una demanda potencial por satisfacer, sustentada en el alto grado por necesidades primarias, y en principio hay amplias reservas de al -1 factor de la producción desocupado: trabajo. De otro lado, el multiplicador del gasto, actuante en la medida en que la economía está modernizada, debe ser bajo, en razón de una alta tendencia a la importación, sobre todo tratándose de inversiones. Así nos parece preferible tener en cuenta la irracionalidad de ciertas inversiones al ponderar el factor a, del que ya nos hemos ocupado.
Queda un último aspecto por considerar, el de los fenómenos monetarios, que no deben confundirse con los coyunturales a que se refiere el razonamiento anterior. Se trata sobre todo de esas inflaciones crónicas lastimosamente tan frecuentes en países en desarrollo, que suelen generarse en rigideces estructurales y agravarse con desfinanciaciones del sector público. Es posible que este respecto nuestro índice c sea mejorable con un refinamiento estimativo. Posible; pero técnicamente no es fácil, pues si bien tales inflaciones crónicas producen serias perturbaciones de la distribución, y a la larga, lo que es más grave, en la producción misma, estos efectos no parecen ser automáticos. Ahora bien, el estancamiento del producto, una vez que tenga lugar, dará cuenta el índice, mediante sus componentes M y G. Y las perturbaciones en la distribución dará cuenta el factor d. Lo que hace falta es un signo premonitorio de eventuales peligros inflatorios cuando éstos empiezan a insinuarse. Pero ¿cómo cuantificarlo? Seremos aquí la iniciativa porque le interese.
A modo de cierre de estas notas complementarias puede recordárselo dicho ya acerca del propósito general que nos guía: obtener una segunda aproximación a la medida del desarrollo, mejor fundada que la simple renta per cápita; pero aproximación al cabo, y no medida que se pretenda perfecta, lo que posiblemente inalcanzable. Muchos elementos quedan fuera del índice, sin que por eso sean desdeñables en el estudio de la economía a que éste se aplique. Él es sólo una apreciación global, que no excusa de análisis pormenorizados.
Para terminar este acápite recordemos el punto de vista conservador, que en la polémica de que hablamos al principio desestimaba la importancia del factor distribución en la valoración del desarrollo. Desde ese punto de vista lo que importa será considerar un valor C tal que
C=Mc
Allá quienes quieran tomarlo como efectiva medida de desarrollo. Desde nuestro punto de vista la consideración del factor distributivo es indispensable.

Mesurabilidad de la distribución
Con criterio tradicional, el índice de distribución podría obtenerse con relativa facilidad: bastaría establecer una razón entre los ingresos del trabajo -salarios, sueldos y beneficios sociales- y los de la propiedad-rentas, intereses, utilidades, etcétera-. Todo esto debe darnos la contabilidad nacional, pues en ellos se descompone la renta total en tanto que ingreso. Hay, claro está, el potencial efecto desorientador de los ingresos mixtos, nominales del trabajo con ingresos de propiedad implícitos, o viceversa, y de las transferencias; pero aun suponiendo que ese efecto desorientador pudiera corregirse mediante refinamiento del análisis contable, no es ese índice fundado en la teoría económica clásica de la distribución de la renta entre los factores de la producción, lo que realmente nos interesa. Entendámonos, no es que carezca de interés, ni mucho menos; pero, más que ver cómo se reparte la renta entre las categorías abstractas del análisis económico que son los factores de la producción, nos importa ver cómo se distribuye entre los seres humanos reales que integran la población correspondiente. Nos interesa, pues, un punto de vista más sociológico que el clásico, o si se prefiere más estadístico que contable.
Hay, en efecto, conocidos procedimientos estadísticos para la medición del grado mayor o menor desigualdad en el goce de la renta de una sociedad dada, de los cuales el más simple de manejar es el de las llamadas curvas de Lorenz. Recordemos de qué se trata. Se ordena la población bajo estudio, algo evangélicamente, en orden creciente de riqueza, los más pobres primero, y a medida que progresa el sector de la población considerado se le asigna la parte que le corresponde de la renta disponible. Esto se hace gráficamente, mediante un cuadrado en cuya base se mide, de izquierda a derecha, porcentaje de población, y en cuya altura se mide, de abajo hacia arriba porcentajes de la renta. La correlación se expresa mediante una curva, la cual necesariamente irá del vértice bajo izquierdo vértice alto derecho del cuadrado. La figura es legible de dos maneras: una en términos absolutos, es decir población y renta, caso en el cual el vértice bajo izquierdo podrá llamarse punto (0,0), y el superior derecho punto (P,R); en términos porcentuales o geométrica, en la que la unidad de medida es la base del cuadrado. La curva tiene la particularidad de que en todo su recorrido estará por debajo de la/que une sus extremos, diagonal que representa el caso ideal de una distribución igualitaria. Además, cualquier pareja arbitraria de sus puntos, el que esté más a la izquierda era también el más bajo. Más aún dado que el fraccionamiento de la población por niveles de renta suele ser extremadamente menudo, la curva puede tratarse en principio como si fuera continuo. Será en efecto una curva ascendente en todo su recorrido, lo que sugiere un parecido con las curvas exponenciales, hecho que, como bien se sabe, fue explotado por Pareto y otros estudiosos de los problemas de la distribución. La utilidad del expediente es no sólo proporciona una representación gráfica fácilmente inteligible de la distribución de que se trate, sino que, además permite medir cuantitativamente la desigualdad, pues ésta será mayor cuanto mayor sea el área comprendida entre la curva y la diagonal que une sus extremos. Dicha área es la medida de la desigualdad (Gini).
Helas, si en principio la curva real puede tratarse como continua, el conocimiento efectivo que se tiene por ella nos ha de permitirlo, y, lo que es muchísimo más grave para nosotros, en los países en desarrollo, dadas sus incipientes estadísticas, ese conocimiento es frecuentemente demasiado vago para que la curva pueda dibujarse. Lo más que suele haber son aproximaciones por muestreo, a partir de las cuales un trazado suele ser altamente conjetural.
Parecería que este último hecho señalado debería poner un punto final a estas reflexiones, y a nuestro deseo de incluir en el modelo de desarrollo un índice de distribución basado en los métodos de Lorenz. Con todo, miremos la figura más de cerca por ver si queda alguna posibilidad de salvar nuestro intento.
Por de pronto, aunque el recorrido real de la curva lorenciana de distribución de la renta nos sea ignorado, hay al menos un punto de ese recorrido que una contabilidad nacional suficientemente desarrollada debe proporcionarnos con algún grado aceptable de aproximación, a saber, el punto en que se localiza la renta per cápita. En efecto, la contabilidad y estadísticas sociales deben poder discriminar con suficiente aproximación cuál es el porcentaje de la población que divide a quienes viven de un ingreso, por individuo, inferior a la renta per cápita, y quienes viven mejor, y correlativamente, cuál es el correspondiente porcentaje de la renta total. Los llamaremos, respectivamente, porcentaje p y r. Es obvio que serán las desigualdades 0<r<p<1.
h=
p - r
2
Veamos como la localización del punto (p,r) puede ayudarnos. Por definición, la tangente a la curva en el punto (p,r) es paralela a la diagonal del cuadrado que une los puntos extremos de la curva, y correlativamente, la distancia h entre (p,r) y esa diagonal es la mayor distancia vertical entre ésta y cualquier punto de la curva. En lectura geométrica tenemos la ecuación:
                                                                                                             

Tomemos ahora encuentra el área posible de desigualdad, que obviamente es la mitad del cuadrado, o sea 1/2. El punto (p,r) permite dividirla en tres sub áreas siguientes:
a.      
=
A=
h2
 - r
2
p - r
2
Un triángulo formado por la diagonal que une los puntos extremos de la curva y las picantes que van desde ellas al punto (p,r). Este triángulo, que necesariamente está incluido en el área de desigualdad, y el que llamaremos A, tiene, en lectura geométrica, la extensión definida por la ecuación siguiente:


b.     
B=
(1-(p- r))2
2
Un triángulo formado por la paralela a la diagonal precitada en el punto (p,r) y los lados del cuadrado (base y altura) que ella corta. Este triángulo, que denominaremos B, está necesariamente excluido del área de desigualdad tiene, en lectura geométrica la siguiente extensión:




c.       Finalmente, un área residual de incertidumbre, formada por dos triángulos que se tocan en el punto (p,r) y dentro de los cuales pasan la curva. La llamaremos C. Por definición sabemos

-
C=
1
 - r
2
(A+B)
 



Pero un sencillo racionamiento geométrico, en que el lector no dejará de reparar, permite llegar a la ecuación más interesante:

=
C  =
p-r(p-r)2
 - r
2
A-h2
 



Ahora bien, aunque yo no sea satisfactorio, imaginemos retomaremos el área A una primera aproximación al área de desigualdad. En tal caso podríamos tomar cualquier valor directamente proporcional a A como medición del grado de desigualdad, es decir, A mismo, o (p,r), o h, o 2h, etc. Escojamos el valor 2h, de modo que definimos un índice i´ de desigualdad tal que
i´=2h

Ahora definiríamos un índice d´ de distribución tal que
d´= 2 – i´=2-2h

Este índice de distribución provisional tiene ya la ventaja de que puede variar entre el límite mínimo 0 y el límite máximo 2, que como se sabe, es igual a 1. 414… por cierto, no se trata de que efectivamente escojamos como índice de distribución el que se acaba de definir, porque eso sería ignorar la parte del área de desigualdad que se encuentra en lo que hemos llamado el área C de incertidumbre. Para no cometer tal error, adoptemos una solución salomónica, presumiendo que la mitad del área de incertidumbre pertenece al área de desigualdad. Esta es una buena segunda aproximación, y en caso podría encontrársele mayor fundamento, visto el parentesco de las curvas de distribución con curvas exponenciales o logarítmicas, estudiando transformaciones lorencianas de sectores de curvas logarítmicas comprendidos entre x=1 y x=b, para b mayor de 1, y que puede dilatarse hasta el infinito según el grado de desigualdad que se quiera tomar en cuenta. Desde el punto de vista de la matemática pura tal estudio parecería apasionante; pero para los fines que aquí nos interesan, es de temer que su rendimiento marginal sea muy cercano a cero. Nos contentamos, pues, con nuestra salomónica presunción.
Dicho esto, tendríamos que definir un índice i de desigualdad tal que

i´= i´+ x = 2h + x

donde x ha de ser tal que
=
  h
 - r
A
x
C
 





x  =
hC
A
o sea



Luego el índice de distribución sería
=
d  =
2  - (2h + hC)
 - r
A
2 – i   
 




Para quien desea ahondar más la cosa es claro que la razón C/A esa su exclusión de h. En efecto, no será difícil al lector de mostrar la ecuación

C/A = (1 – h 2)

En consecuencia, la fórmula del índice d en términos de h viene a ser:

d = 2 – (2h + h(1 - h2))

Obsérvese que el sumando h(1 + h 2) se desvanecen cero tanto a medida que h tiende a cero, es decir, a medida que la distribución se vuelve perfectamente igualitaria, como medida que h2 tiende a 1, es decir, distribución se vuelve totalmente igualitaria esto quiere decir que, a pesar de ser más exigente, como ya hemos señalado, el índice d varía entre los mismos límites que el anterior índice d´, como son 0 y 1,414… tal es una propiedad matemática que para nuestros fines resulta muy interesante.
Así, nuestro problema de la mesurabilidad de la distribución está resuelto en la medida en que la contabilidad y estadísticas sociales nos permitan precisar los valores p y r, digamos con dos cifras válidas; la última redondeada.

El impulso económico-social
Se habrá podido observar que nuestra preocupación constante en lo tocante al índice de distribución ha sido no sólo forjarlo de modo que, en principio, sea mensurable en la práctica en las economías a que pretenda aplicarse, sino que además, será compatible con el índice c de crecimiento, definido antes, de modo que el producto de ambos sea un coeficiente no sólo congruente si no ya de por sí significativo.
Que ambos índices son congruentes parece claro si se tiene en cuenta que ambos fluctúan en torno del valor uno, y ambos tienen el límite mínimo cero. En cambio, sólo el índice de distribución tiene un límite superior, en el caso 2=1,414…, correspondiente a la equidad perfecta. Es obvio que el índice c crecimiento no puede tener un límite superior, aunque hemos dicho, en la práctica es sumamente difícil que supere el valor dos lo importante nos parece, en todo caso, que el índice de distribución no funciona necesariamente como un factor minuente o restrictivo, pues en principio, puede llegar a ser superior a uno. En otras palabras, presumimos que no se necesita que la equidad en la distribución sea perfecta para aquellas que un factor neutro en la estimación del desarrollo económico. Al contrario, a partir de ciertas realizaciones en la esfera social, el nivel de equidad, aunque no perfecto, puede ser un factor que de suyo debe computarse como positivamente multiplicativo del grado de bienestar social que se trata de estimar. Con todo, para que esta condición se realice hemos adoptado un criterio bastante exigente, de donde resulta la relativa complejidad de nuestro índice d.
Abundando en esta idea podríamos añadir la disgresión siguiente. Hemos hablado de un índice C=Mc, es decir que considera sólo la renta per cápita multiplicada por el crecimiento tal como lo hemos definido. No por cierto que lo consideremos una medición adecuada del desarrollo económico; pero ello no impide que, para otros fines, sea una medición económicamente significativa. Ahora bien, correlativamente, puede definirse un índice S, llámesele como se quiera, tal que S = Md. Quizá ya desde el punto de vista puramente estadístico no deja de ser interesante la idea, es decir, volver a ponderar la media aritmética ponderada de una distribución, para hacerla realmente representativa de la población en cuestión, aunque quizá para este fin sea mejor escoger un índice de distribución que tenga como valor máximo, correspondiente a la igualdad perfecta, el valor 1. Quizá se obtenga de este modo el módulo que desde el punto de vista de la representatividad sea tanto o más significativo que la media aritmética misma y que la moda, entre las cuales se sitúan, y sin duda que la mediana. Pero aparte de esto, el valor E, tal como lo definimos es interesante en el sentido de que nos da una apreciación de la infraestructura social de un país a que pueda aplicarse. M significa un alejamiento promedio del nivel más primario de insatisfacción, y d significa el grado de distensión, si cabe usar esa palabra, que acompaña a ese promedio. En efecto, nuestro factor d, es ante todo un factor estimativo de tensiones sociales, actuales o potenciales.
En tal sentido, nos parece que la culpa de Lorenz, en que está basado nuestro índice, no sólo es un valioso útil de conocimiento estadístico, sino que además cobra un carácter simbólico o metafórico ella se parece a un marco, y como el arco, cuanto más tenso, más violenta el disparo a que puede dar lugar, salvo que se resienta a los extremos de la atención, y resulte, por así decir, vencido por ella. Como quiera que esto sea, tanto una tensión violentamente reversible, como una postración extrema pueden ser rasgos estructurales de una sociedad dada, de la mayor significación no sólo desde el punto de vista económico, sino del sociológico, que al cabo son todos puntos de vista solidarios. En tal sentido nos parece que cada ciudadano lleva en cierto modo dibujada en su inconciencia la curva de Lorenz de la distribución de la renta en su país, aunque no la sepa dibujar, simplemente, porque la incluye en su vida cotidiana, amén de que, con más claridad percibe el puesto que le toca en ella. Utilizada así, como símbolo, la curva de Lorenz nos parece puede servir de "trait d´union” entre viejas teorías sociológicas que creen una conciencia colectiva nacional, y otras no menos viejas que creen conciencias colectivas clasiales. Ambas son perfectamente compatibles, y la curva de Lorenz se ofrece como un símbolo inmejorable para expresar, o para entender, su engarzamiento. El índice d es así una estimación de ese rasgo de base de la vida de una comunidad. Su significación económica escogía aún a un enfoque tan enfáticamente economístico como el de Shumpeter, como bien se sabe, puso gran énfasis en los factores ambientales que permiten el despliegue de la iniciativa empresarial, para él es el motor del desarrollo económico y, a la postre, social.
Pero nuestro índice de desarrollo comporta un tercer índice, al que hemos llamado "impulso económico-social", y que expresamos por I, tal que I=cd. Es claro que cualquiera que sea el nivel alcanzado por la renta per cápita de un país, el objetivo de su política de desarrollo será maximizar o maximar, si se prefiere esta expresión, el valor I. ahora bien, entre los de I, aunque en su obtención estadístico-contable son perfectamente independientes el uno del otro puede darse de hecho relaciones de dependencia recíproca que son de un alto interés para la teoría y la política económica. Por ejemplo, un valor d  alto puede ser de suyo el factor expansivo en el sentido que muestra un mercado potencial más extenso que el correspondiente a un valor d más bajo. A su vez el valor c puede tener cierta incidencia sobre el valor d, por ejemplo si un alto nivel de inversión fija, o capitalización, tiende a incrementar los ingresos laborales, sobre todo si la relación entre ingresos laborales e ingresos de la propiedad es favorable. Los dos índices, a partir de ciertos niveles, que habría que explorar empíricamente en cada sociedad tienden a tener efectos expansivos recíprocos, en una causación circular de signo positivo. Correlativamente, esto quiere decir que, mientras no se alcance tales niveles, la causación circular y existiendo, pero ellas de signo negativo o depresivo, y reclama ser modificada por intervenciones o reformas de carácter estructural.
En tal sentido nuestro índice d, y más concretamente, los valores p y r demuestra una pertinencia en la cual todavía no hemos reparado. En efecto, hasta ahora sólo hemos reparado en la resta p – r de que su función el componente h de nuestro índice d. La suma p + r es también significativa. En efecto, si p + r = 1 tenemos que el punto (p,r) se sitúa en la diagonal que corta la curva de Lorenz; si es mayor que uno, el punto se sitúa sobre esta diagonal, lo que quiere decir que las mayores perturbaciones de la equidad en la distribución se producen en los niveles de renta más bien alto; y, contrariamente, si dicha suma es menor que uno, el punto en cuestión se sitúa por debajo de la referida diagonal, y por lo tanto las perturbaciones que se producen en los niveles bajos de renta. Vale decir, ya la determinación de los valores p y r parece ser de suyo un indicativo económico social de cierta importancia.
Cuestión de nuestro índice insinúa. Hemos visto que toda política económica expansiva tratará el maximar el valor I = cd, lo que a primera vista quiere decir que tratará de maximar, sea conjuntamente, sea independientemente los valores c y d. Pero surge entonces la pregunta de si el factor d muy alto permite la formación de ahorro necesaria para el incremento de c. La pregunta es legítima y atañe mucho al respecto de si debe preferirse los ahorros forzados o los espontáneos. Lástima que ella nos lleve demasiado lejos, mucho más allá de los límites del presente. Así, quede ella sólo lucirá como una cuestión que el método que proponemos replantear su vez a su manera.
A mayor abundancia cabría, para terminar, sugerir una relación entre el índice que proponemos, y la célebre teoría de las etapas del desarrollo económico formulada por el profesor Rostow. En efecto, puede darse el caso de que pese a un factor c elevado, producto I sea menor que uno. En tal caso podría decirse que la economía en cuestión no ha satisfecho plenamente las condiciones previas al "despegue" económico. Podría, pues, sugerirse la posibilidad de un condicionamiento del despegue tanto a un cierto nivel del valor M, como a la posibilidad de que el producto I alcance el valor uno. Consecuentemente, podría creerse que para sostener un proceso de "despegue" sería necesario mantener el valor I a un nivel igual o superior a uno durante un número prolongado de años. Por cierto, estas son apreciaciones muy a primera vista, y que en todo caso deberían ser con pulsadas empíricamente; pero nos parece que el modelo que proponemos tiene al menos la ventaja de sugerir un análisis de esta naturaleza. De aquí que hemos llamado al producto I "impulso económico-social".
En conclusión hemos visto que, además de los bienes de medición y comparación a que de primera intención el índice que hemos elaborado debería servir, él sugiere consideraciones acaso pertinentes para los fines de la política económica. Si también en esto se revelase útil, pues miel sobre hojuelas.

Bruselas, julio de 1968.